La animación no sería la misma sin el cortometraje
Hay quienes dicen que los cortometrajes no son necesarios. Basta echar un vistazo al pasado para demostrar lo contrario.
12 de julio de 2022Por Luis Miguel Cruz
“Los cortometrajes no son necesarios”, aseguró el escritor Juan del Val durante el último programa de la temporada del programa español El Hormiguero 3.0. “Deja de arruinar a tu padre, que no tiene ninguna culpa de que quieras hacer un cortometraje que nadie va a ver”. Sus palabras han provocado un profundo malestar al interior del audiovisual ibérico, que puede apreciarse en el comunicado a cargo de la Coordinadora del Cortometraje Español en el que se da valor al formato y se enfatiza el Oscar conseguido por The Windshield Wiper de Alberto Mielgo durante los Premios de la Academia 2022.
No es el primer atentado directo que el cortometraje sufre en el año. Recordemos que precisamente los Premios de la Academia decidieron entregar sus tres ternas correspondientes fuera del aire, lo que invariablemente contribuye a crear una sensación entre las audiencias de que se trata de un formato menor. Nada más equivocado.
Son muchas las razones por las que el cortometraje ha sido fundamental para la industria. La más importante es que cine y series quizá no habrían sido posibles sin él. Algo que, evidentemente, también aplica para el campo animado.
Basta echar un vistazo a la historia de la animación para recordar que esta industria siempre se ha visto fuertemente impulsada por los cortometrajes. Tan es así, que grandes estudios como Walt Disney y franquicias altamente populares como los Looney Tunes, siempre encontraron en ellos el modo perfecto acercarse al público “sin correr riesgos”. Así, entre comillas, porque lo cierto es que en más de una ocasión aprovecharon el formato para realizar todo tipo de pruebas que eventualmente serían llevadas al largometraje. Ejemplo de ello son las Silly Symphonies, donde el propio Walter Elias Disney experimentó con todo tipo de aspectos técnicos, entre los que sobresalió la cámara multiplano con la que dotó de profundidad a la bidimensionalidad, y que fue determinante para Snow White and the Seven Dwarves (1937). Ni qué decir de los aspectos narrativos con historias que quizá nunca habrían encontrado un espacio en el largo.
Pero no vayamos tan lejos en espacio y tiempo. Si nos centramos en un panorama más local, veremos que el cortometraje también ha sido decisivo para el desarrollo de la animación iberoamericana. De hecho, nunca está de más recordar que algunas de las más recientes alegrías para nuestras industrias provienen de este formato. Ahí están los premios de la Academia cosechados por el chileno Historia de un oso (2014) y el ya mencionado The Windshield Wiper, o el Premio del Jurado de la Semana de la Crítica de Cannes otorgado al portugués Ice Merchants (2022).
Tampoco olvidemos el semillero que ha representado en todos los sentidos. De talentos, como sería el caso del mexicano Carlos Carrera o los chilenos Cristóbal León y Joaquín Cociña. El primero es responsable de títulos que hoy ostentan el estatus de clásicos como Malayerba nunca muerde (1988) y El héroe (1994), mientras que los otros van por esa misma ruta con un estremecedor uso del stop motion en proyectos como Lucía (2007), Los Andes (2013) y Los huesos (2021). Sin olvidarnos de todos los que vienen, como seguramente sucederá con la española Carmen Córdoba tras su flamante Roberto (2022), o la mexicana Sofía Rosales luego de La casa de la memoria (2020), sin olvidarnos de Pablo Polledri tras lo visto en Loop (2021). Y eso sólo por nombrar algunos.
También ha cultivado historias. Las que conquistaron con su mensaje, como el inolvidable Hasta los huesos (2002) que ha pasado a la historia como la exploración animada definitiva del Día de muertos. Sí, ¡incluso por encima de Coco (2017)! O las que impactaron por la trascendencia de los mismos, como sucedió con el uruguayo Humilis (2017) que critica la indiferencia social ante la pobreza o con la coproducción hispanoportuguesa The Monkey (2021) que ahonda en la xenofobia desde una vieja leyenda británica.
Para este último caso también aplican las franquicias, recordando que el cortometraje iberoamericano ha contribuido a la concepción de unas cuantas. El mejor ejemplo es Tadeo Jones, nacido del corto homónimo (2004) y que hoy está cerca de completar su trilogía bajo las órdenes del director original Enrique Gato. O los irreverentes Huevo Cartoons cuyo salto de la web al cine resultó en uno de los mayores triunfos económicos en toda la historia de la animación mexicana.
Finalmente, no está de más recordar que la buena salud de la animación iberoamericana depende en buena parte del cortometraje. Esta es la razón por la que tantas instituciones animadas se decantan por su realización como proyecto final, pues no sólo es la mejor manera de conocer los procesos de producción al interior de la industria, sino de que los jóvenes talentos se forjen una voz propia. “Es simplemente la mejor estrategia”, nos aseguró en entrevista el coordinador académico del Grado en Animación en el Centro universitario U-tad, Samuel Viñolo. “Que [los estudiantes] no solamente respondan a las claves de lo que la industria necesita, sino que además tengan capacidad ellos mismos también de poder cambiar la industria”. La labor docente es complementada con la distribución, que cada vez encuentra más espacios en los festivales, pero también en el streaming que ha recurrido al cortometraje para dar nuevos contenidos a un público cada vez más exigente ante la amplísima demanda.
El cortometraje no sólo es necesario es vital para el desarrollo de nuestras industrias. La historia, no sólo de la animación, sino de todo el audiovisual, no sería la misma sin él. O quizá deberíamos decir que ni siquiera habría sido posible sin él. Recordémoslo siempre y sobre todo, concedamos al cortometraje el valor que se merece.