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Coproducciones: entre la nacionalidad, la comunidad y la necesidad

¿La gran esperanza de la animación iberoamericana o un atentado contra la identidad de las industrias nacionales?

11 de febrero de 2022
Por Luis Miguel Cruz
Coproducciones: entre la nacionalidad, la comunidad y la necesidad
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Pocas películas tan españolas como D’Artacán y los tres Mosqueteros (2021). Un personaje referente del audiovisual español, creado por un español como Claudio Biern Boyd, cuyo salto al cine es producido por el estudio español Apolo Films y dirigido además por el español Toni García. No hay duda: D’Artacán es español.

O al menos así parecía, hasta que el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA) puso en tela de juicio su origen con una ficha técnica en la que se lee un inusual “sin determinar” en el apartado de nacionalidad. ¿Una severa decisión burocrática o un desafortunado error en las oficinas de la entidad? Poco se ha hablado al respecto, pero el incidente que ha privado al popular título de competir por el Goya animado ha sido atribuido a que el proyecto no sólo cuenta con inversión española, sino que también es apoyado por capital británico. Algo que invariablemente le da el carácter de coproducción. 

Este suceso ha desatado un intenso debate al interior de la comunidad animada ibérica en torno a lo que pesa más al momento de realizar una película: la necesidad económica para sacar un proyecto adelante o la nacionalidad del capital para garantizar la elegibilidad en las premiaciones así como la identificación de las audiencias locales.

La valía de la coproducción

La coproducción no es un dilema generalizado, sino que involucra primordialmente a las industrias en desarrollo cuyos estudios no siempre tienen el potencial económico para sacar adelante proyectos por sí solos o cuyas autoridades no destinan suficientes apoyos a la producción y distribución. En otras palabras, una situación a la que recurre continuamente al bloque iberoamericano. Prueba de ello es que algunas de sus películas animadas más representativas de la última década son coproducciones como sería el caso de Metegol (Argentina y España, 2013) o Buñuel en el laberinto de las tortugas (España, Holanda y Alemania, 2018). 

Nadie dudaría que estas cintas pertenecen primordialmente a Argentina y España, ya que ambas cuentan con elementos representativos de cada país. Esto incluye la pasión futbolera y el cineasta español, los equipos creativos encabezados por realizadores nacionales como Juan José Campanella y Salvador Simó, así como el idioma español, o en este caso, sus variantes regionales. Valores artísticos que van más allá del respaldo económico extranjero. 

A su vez, estos acuerdos ayudan a evitar lo sucedido con títulos como Ana y Bruno (México, 2016) cuya realización se extendió más de una década por necesidades económicas. No es común, pero tampoco del todo extraño que una producción animada pueda verse interrumpida porque se acaba el presupuesto. Algo similar a lo que experimentó el productor Nico Matji cuando Lightbox Animation Studios batalló al asumir los costos de un proyecto tan ambicioso como Las aventuras de Tadeo Jones (2012, España y Francia). La cinta pudo concretarse gracias a que fue salvada por la intervención de un proveedor peruano de contenidos a nivel regional, lo que a su vez ayudó a la distribución en toda América Latina. “Fue un pelotazo”, asegura el creativo, “funcionó súper bien”.

Su práctica también ayuda a superar barreras como el idioma. Tal es el caso de Brasil, que ha encontrado en la coproducción iberoamericana una vía de acceso a todo el bloque iberoamericano. Algo que el director Nelson Botter Jr. considera de gran ayuda al explicar que la cultura hispana no llega a su país, “incluso la portuguesa, no tenemos mucha información de lo que pasa ahí. Brasil es muy aislado, tiene su propio mercado [pero], eso está mal, yo creo que hay que expandir e integrar más”.

Decisiones controvertidas

Los dilemas de la coproducción se potencian cuando la nacionalidad de una película no puede apreciarse del todo. Algo que sucedió con Don Gato y su pandilla (México, Argentina y Estados Unidos, 2011) que no conforme con la distribución de presupuestos, está directamente vinculada con la mítica casa productora Hanna-Barbera. Esta falta de identidad nunca fue un problema para Ánima Estudios ni para el productor Fernando de Fuentes, quien abrazó la colaboración como una posibilidad de expansión. “Necesitábamos no sólo financiación”, explica, “queríamos hacer un proyecto bastante más ambicioso de lo que habíamos hecho en el pasado para abrir el mercado sobre todo en Europa. Cuando hacíamos una película en México estaba un destinada a verse sólo ahí y en algunos países de América Latina. La única manera era haciendo coproducción”. 

Caso similar al de Klaus (España y Reino Unido, 2019), encabezada por el español The Spa Studio, pero con el inglés como idioma original y dotada además con una trama que no es exclusiva de España sino que apela a una figura universal como Santa Claus. A diferencia de D’Artacán, el film navideño no fue privado de la nominación al Goya, pero hay quienes piensan que su falta de hispanidad narrativa resultó decisiva para que la estatuilla que reconoce a lo mejor del cine ibérico fuera entregada a Buñuel en el laberinto de las tortugas. Aunque claro, esta misma universalidad también le ayudó a alcanzar la nominación al Premio de la Academia en la terna de Mejor película animada.

Hay quienes piensan que los estigmas en torno a la coproducción son altamente dañinos para la industria. Tal es el caso del director Xosé Zapata [vía], quien enfatiza que “la mayoría de producciones de animación europeas deben contar con dos, tres o hasta cuatro países para poder financiar lo que en la industria americana producen bancos, fondos de inversión y distribuidoras que explotan nuestros mercados”. Considera además que el relego de estos títulos de los certámenes locales “sólo refleja el absoluto desprecio que las autoridades culturales españolas muestran por el sector de la animación y la creación digital. Nadie se hubiera atrevido a cuestionar la nacionalidad de Los otros de Alejandro Amenábar o de Un monstruo viene a verme de JA Bayona, y negarles por lo tanto la nacionalidad y la participación en los Premios Goya. Ríos de tinta e incluso dimisiones, hubieran recorrido los despachos de los medios de comunicación y de los ministerios. ¿Pero a quién le importan los dibujos animados? Son cosa de niños”. 

Es muy probable que la próxima Pinocchio (2022, Estados Unidos y México) enfrente una controversia similar en un futuro cercano, ya que desde ahora luce como un fuerte candidato por el Oscar animado mas no así para el internacional. Aunque se trata de una coproducción mexicoestadounidense dirigida por Guillermo del Toro, es un hecho que no contará con elementos representativos del país iberoamericano, ya que su historia se desarrollará en la Italia fascista mientras que su idioma original es el inglés. No es el caso de Flee (2021) que puede aspirar al Oscar animado, documental y sobre todo internacional aun cuando se trata de una coproducción entre ocho países y que emplea además cinco idiomas. 

Mientras los titanes de la animación no tienen ningún problema para concretar sus respectivos proyectos sin inversión extranjera, la industria iberoamericana ha encontrado en la coproducción una importante herramienta para la realización de más proyectos, de mayor calidad y que además son vistos por cada vez más personas. No mostremos renuencia a la práctica, pues como diría Fernando de Fuentes, “la animación por naturaleza es el lenguaje cinematográfico que más se presta a una coproducción, no tenemos estas barreras. La animación es multinacional”.