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Críticas

Crítica: Metegol

Un sorpresivo salto al terreno animado para Juan José Campanella, pero también una clara victoria para la animación.

20 de abril de 2022
Por Luis Miguel Cruz
Crítica: Metegol
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Hubo un tiempo en que la animación parecía exclusiva de unos cuantos directores, pero sus infinitas posibilidades han provocado que grandes referentes de la acción real volteen hacia ella con un enorme interés. Tal ha sido el caso de Richard Linklater, Robert Zemeckis y Steven Speilberg, mientras que en Iberoamérica tenemos nombres como el de Juan José Campanella con Metegol.

No es un secreto que el cine animado ha sido históricamente minimizado por muchas personas, lo que ha provocado que algunos consideren este proyecto como un retroceso para el cineasta argentino. Admitámoslo, pocos habrían pensado que su siguiente trabajo tras el Oscar a Mejor película extranjera por El secreto de sus ojos (2009) sería una animación futbolera. Pero estos no han sido más que prejuicios, pues realmente se trata de una apuesta de altísimo riesgo por muchas razones: por la presión que le representa el ser considerado entre los grandes realizadores de su tiempo, las expectativas generadas por esta nueva mancuerna con el escritor Eduardo Sacheri y porque su país natal nunca ha figurado entre las grandes potencias de la técnica. Nada de esto es un impedimento para realizar la que bien merece ser considerada una de las mejores animaciones iberoamericanas de todos los tiempos.

La historia, inspirada en el cuento Memorias de un wing derecho de Roberto Fontanarrosa, nos introduce con un joven cuya vida gira alrededor de una sencillísima rutina: trabajar en un bar, pasar el rato con una chica por la que siente gran afinidad y muy especialmente jugar al futbolín. Su tranquilidad se viene abajo con el retorno de un viejo habitante del pueblo, que convertido en el mejor futbolista del mundo, desea vengarse por una antigua humillación. Es entonces cuando el apoyo llega de los personajes menos esperados: los jugadores del futbolín, quienes despiertan a la vida para demostrarle que no hay victoria imposible.

Campanella ha dicho hasta el cansancio que si Hollywood no ha creado la película de futbol definitiva es en buena parte porque los estadounidenses no entienden la pasión de este deporte. Esta misma premisa permite deducir que pocos la manifiestan –por no decir la sufren– más que los argentinos, lo que puede apreciarse en cada uno de los personajes de la historia. Un catálogo que incluye a los enamorados de la pureza del juego, los que más bien disfrutan con su práctica, los que lo ven como un mero negocio o los que lo equiparan con la vida misma.

Esto no significa que Metegol sea una película exclusiva de los futboleros. Cuenta con una trama suficientemente sólida para apelar al grueso de las audiencias y se inspira de lleno en el monomito para la exaltación de los valores más primarios como el valor y la hermandad. Todo esto con un personaje central perfectamente bien construido, que cuenta con sueños, miedos, y aspiraciones, y cuyo amor al deporte le permite soñar con toda clase de glorias, pero también le lleva a cometer errores importantes como perder de vista lo que de verdad importa. Su recorrido se ve enriquecidos por una brillante dosis de humor cortesía de los diminutos jugadores, entre los que sobresalen el Capi, el Loco y muy especialmente el Beto que termina robándose el encuentro. Nada de esto sería posible sin las estupendas interpretaciones de David Masajnik, Pablo Rago, Horacio Fontova, Fabián Gianola y Lucía Maciel.

Uno de los eternos talones de Aquiles de la animación iberoamericana es la técnica y más cuando de CG se trata. No es el caso de Metegol, que se posiciona sin problemas entre las mejores películas de animación computacional del bloque y de otras industrias emergentes. La producción muestra tal confianza que no se limita a los movimientos más básicos como sería una carrera con el balón, sino que se arriesga en todo momento con jugadas de altísima complejidad y dignas de los máximos cracks, las cuales sobresalen por su fluidez y los nulos saltos de las articulaciones. Este buen trabajo puede apreciarse en otros aspectos como las luces y los movimientos de la cámara, especialmente palpables en el tercer acto y determinantes para magnificar las emociones en los momentos climáticos del filme, pero igual de relevantes en momentos intimistas como la conmovedora secuencia final.

Más complejo es el caso de las texturas, sobresalientes en los jugadores del futbolín cuya naturaleza metálica les hace ensuciarse y sufrir toda clase de daños con el paso de las acciones. No es el caso de los personajes humanos cuya piel se percibe excesivamente lisa, lo que resulta en un distractor por momentos, pero sin atentar contra el resultado.

Tal vez Metegol no brindara grandes premios a la dupla integrada por Campanella y Sacheri, pero esto para nada la convierte en un retroceso en la carrera de ambos creativos. Todo lo contrario. Sus hazañas no vendrán en estatuillas, sino en ser considerada una de las grandes exponentes de la animación iberoamericana y un parteaguas en la búsqueda de una industria más sólida.