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Crítica: Wolfwalkers

La largamente anhelada consolidación de Cartoon Saloon ha llegado con Wolfwalkers.

23 de enero de 2022
Por Luis Miguel Cruz
Crítica: Wolfwalkers
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Cartoon Saloon demostró su calidad desde muy temprano en su filmografía, con trabajos tan destacados que le valieron nominaciones al Premio de la Academia en la categoría de Mejor película animada para dos de sus tres primeras obras. Un historial francamente envidiable que le puso en la mira de todos, pero que quedó pendiente del paso decisivo que la afianzara en la selectísima lista de estudios animados no estadounidenses que han descifrado la fórmula para competir de tú a tú con los titanes hollywoodenses a escala global. Sólo era cuestión de tiempo y la consolidación finalmente ha llegado con Wolfwalkers.

Aunque sumamente relevantes, hagamos a un lado los incontables reconocimientos a los que fue acreedora, su nominación al Oscar y los dolores de cabeza que provocó a Pixar en la carrera por el máximo galardón cinematográfico. Mejor centrémonos en aspectos más meritorios, como son la franca grandeza de sus valores narrativos y técnicos.

La historia nos traslada al medioevo para introducirnos con Robyn, hija de un cazador contratado para matar a los lobos que aquejan un poblado irlandés. Ni la violenta profesión del padre ni los deseos de la pequeña por ayudarle en su labor les convierten en malas personas. Ni siquiera son violentos. Todo lo contrario, se trata de una familia cuya bondad innata es palpable desde su apellido Goodfellowe (un juego de palabras para “buena persona”) y cuya renuencia a estos animales salvajes se debe a los miedos propios de la época y la obsesión del hombre por garantizar la seguridad de la chica. Una labor complicada ante la naturaleza curiosa e incluso rebelde de ésta, que eventualmente le lleva a cruzarse con una inusual figura que cambiará su esencia y con ello su forma de entender la vida. Ahondar más en los detalles de la trama sería injusto para aquellos que no la han disfrutado, pero también lo sería dejar de hablar sobre los potentes mensajes que transmite.

El cine ha dado tantas películas que invitan a visualizar la vida desde la perspectiva del otro que cada vez son más las que abordan el tema de una manera simplista. No es el caso de Wolfwalkers, que aprovecha la inocencia infantil para unir a dos pequeñas de mundos no sólo distintos sino opuestos. Son enemigas, no porque así lo indique la naturaleza, sino el orden establecido que ha convertido a una de ellas en una amenaza para la otra, ¿pero realmente es así? Una brillante invitación a la comprensión, quizá la mejor del cine animado desde la multilaureada Zootopia y que se torna especialmente relevante en un mundo cada vez más dividido desde tantísimos sectores de la sociedad.

Nada de esto sería posible sin Robyn Goodfellowe y Mebh Óg MacTíre, quienes desde ahora merecen ser catalogadas entre los personajes animados más memorables de los últimos años. Sus respectivos diseños enfatizan las diferencias desde el primer encuentro: la primera es alta y concebida a partir de bordes afilados palpables en su rostro y prendas, la segunda es todo lo contrario, baja y con una construcción netamente circular que resulta evidente en el cabello. Sus personalidades continúan la labor, con una chica sedienta de libertad pero contenida a causa de su estado civilizado y otra feliz en estado salvaje aunque incapaz de comprender un grave problema que la aqueja. Opuestos que terminan convirtiéndose en complementos y que se tornan determinantes para acentuar la fuerza de su unión, que a la postre será la única herramienta capaz de enfrentar a las verdaderas amenazas. 

Esta brillantez técnica no se limita a las protagonistas, sino que trasciende a todo el diseño de producción, tornándose especialmente curiosa en el tratamiento de la perspectiva. La evolución de este sistema de representación es vital para entender la historia del arte, lo que no impide que Wolfwalkers se desentienda de los viejos convencionalismos para emular los viejos tapices medievales que intentaban recrearla a partir de la altura en el plano. Así es como Cartoon Saloon vuelve a demostrar que lo novedoso también puede venir desde el clasicismo, un concepto que ha manifestado a lo largo de toda su filmografía con un exquisito uso de la animación tradicional.

Y claro, con su gran aprovechamiento de la mitología celta como base de la historia, que en este caso se remontan a los hombres lobos de Ossory. Una característica esencial de su llamada Trilogía del folklore irlandés que, siguiendo la línea de The Secret of Kells y Song of the Sea, ha dado una de las colecciones más fascinantes del cine animado contemporáneo, así como un estudio que desde ahora merece ser catalogado entre las grandes potencias de la animación mundial. No perdamos de vista a Cartoon Saloon.