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Críticas

Crítica: Unicorn Wars

Una prueba definitiva de que la animación es cine y como tal, un arte que no deja de sorprendernos.

2 de agosto de 2022
Por Luis Miguel Cruz
Crítica: Unicorn Wars
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Cada año, la animación global deja grandes satisfacciones. Pero muy de vez en cuando llega una producción, ya sea un cortometraje, una serie o una película, que sorprende y enamora al recordarnos todo lo que se puede lograr desde una técnica que no conoce de límites. Tal es el caso de Unicorn Wars.

El largometraje de Alberto Vázquez, apenas el segundo en su carrera, ha sido comercializado como una combinación de Bambi (1942) y Apocalypse Now (1979). Por su parte, algunos aficionados del cineasta español se han referido a él como una adaptación del corto Sangre de unicornio (2013). Ambas aseveraciones son ciertas, pero a su vez profundamente simplistas para un film que tiene una identidad muy propia y objetivos claramente definidos.

Hablamos, primero que nada, de una historia que resquebraja sin piedad y con altas dosis de ironía los viejos estigmas que indican que la animación es solo para niños. Para ello, el realizador se decanta por símbolos de la más tierna infancia como son los osos y los unicornios. Ninguno de ellos es lo que parece. Los primeros no emulan al animal, sino al Care Bear con un diseño caricaturizado que es complementado por una paleta pastel. Los segundos no cuentan con los típicos colores blancos, rosas y lilas, sino que son ensombrecidos para ser dotados de un aura de misterio. Ambos están sumidos en una guerra ancestral, no una que ambiciones territorios ni recursos, sino una de corte espiritual.

Las acciones son relatadas desde la perspectiva de los ositos –no es de cariño, así se hacen llamar– y concretamente centradas en Azulín y Gordi. Dos hermanos muy distintos en apariencia y en personalidad, pero unidos por la sangre, por una serie de demonios familiares y por supuesto, por formar parte del mismo batallón.

Es así como entramos en el territorio bélico del film. La influencia de la ya mencionada Apocalypse Now es clara, pero también de otros clásicos del género como Platoon (1986) y Full Metal Jacket (1987). Ésta se manifiesta en el duro entrenamiento de los reclutas y en su entusiasmo inicial por matar enemigos, pero también en una serie de agudas críticas al sistema militar: la dura competencia interna, la violencia entre los compañeros, la homosexualidad oculta. No se profundiza en ninguno de estos aspectos porque no es una prioridad para la historia, pero todos aparecen como pinchazos de una afilada aguja.

Mención especial para los altos mandos, todos vestidos con uniformes de corte fascista y caracterizados por el franco desinterés de sus tropas, completamente desechables y reemplazables por nuevas generaciones. Así lo expresan con palabras y sobre todo con acciones, con una inmersión en un bosque mágico que no es sino una selva plagada de peligros. El propio Vietnam de este mundo mágico y fascinante.

Esta es apenas la primera capa de la película. Pararnos a hablar de cada una de ellas sería una labor interminable, por lo que saltaremos directamente a la más profunda, que es la que hace de Unicorn Wars un título único. Si bien Alberto Vázquez aprovecha a sus oseznos para criticar la naturaleza hostil de la especie humana, no lo hace con simples referencias de las principales guerras del mundo moderno. Viaja mucho más atrás, casi a los orígenes de la sociedad que conocemos, para demostrar que las bases de nuestra existencia se apoyan de lleno en el conflicto.

Para ello, el español apunta de lleno a la religiosidad, que se hace presente en todo momento para ironizar sobre cómo la búsqueda del paraíso nos ha llevado a lo más profundo de los infiernos. Sus apariciones van de lo evidente, como el prólogo que relata los orígenes de la guerra o el sacerdote que acompaña a la tropa en su misión, a lo más sutil como sería la exploración de dos hermanos cuya situación remite a Caín y Abel, o un Azulín cuya obsesión con la belleza conecta directamente con Luzbel, esa luz bella de los cielos cuya ambición le condenó a la oscuridad bajo el nombre de Lucifer. Finalmente, los unicornios convertidos en un símbolo de una pureza que se ha ido para siempre, no sólo destruida, sino distorsionada en algo monstruoso.

Los aspectos técnicos, al igual que los narrativos, son tan improbables como excepcionales. En el apartado estético, Alberto Vázquez, quien también funge como director de arte, descifra el modo para que estéticas dispares se acoplen de un modo orgánico. Algo que no sólo se limita a las diferencias en el diseño de ositos y unicornios, sino también a la continua presencia de brevísimos segmentos de corte medieval que escenifican un viejo libro sagrado.

La banda sonora es un caso similar, con el compositor Joseba Beristain deambulando libremente entre lo místico y lo moderno. Una nueva muestra de su talento y con la que supera uno de los mayores retos de la música cinematográfica: lograr que el público sea consciente de las piezas, incluso que las disfrute, pero sin que éstas opaquen las acciones. Un complemento exquisito que tiene todo para estar entre los scores del año.

Podríamos dedicar folios enteros a Unicorn Wars y quedarnos igualmente cortos. Hablamos de una película que no sólo merece ser vista, sino repasada, analizada y debatida. Su impacto mundial es comprensible, ya que estamos ante un enorme salto de calidad, no sólo para la animación iberoamericana, sino la global. Una prueba definitiva de que la animación es cine y como tal, un arte que no deja de sorprendernos.