La animación y la música han establecido una de las mancuernas más sólidas en toda la historia del audiovisual. Por años, la alianza se ha concentrado en explorar las posibilidades artísticas de combinar imagen y sonido, pero ahora da un paso firme en busca de nuevas posibilidades con La orquestita.

La serie creada por Juan Carve, Valentina Echeverría y Germán Tejeira tiene una construcción curiosa. Su premisa es más bien sencilla: la historia de tres niños que, acompañados de su disparatado abuelo y su perro, intentan resolver los más variados dilemas. Pero debajo de esta capa se exhiben las más ambiciosas intenciones: explicar los conceptos melódicos más primarios, mostrar la importancia de la música en nuestras vidas y dejar en claro que ésta habita en todas partes.

Esta dualidad no se limita a lo narrativo, sino que se extiende por el terreno estético. El diseño no cae en grandes complicaciones, ya que las perspectivas son frontales en casi todo momento y la paleta de colores es primaria. Por su parte, la animación tiene movimientos simples y no vacila en curvar las articulaciones de los personajes cuando es necesario. Pero si miramos más cuidadosamente apreciaremos un arte profundamente ecléctico que se relaciona con algunos de los elementos más icónicos de la esfera musical contemporánea. Como ejemplo, algunos episodios cuentan con fondos netamente psicodélicos que bien podrían ser dignos de un espacio en el clásico animado Yellow Submarine de George Dunning.

Los homenajes musicales no se quedan aquí. Se extienden por los más diversos cameos: unos evidentes como es la aparición de The Beatles y otros sutiles como la imagen de Bob Marley o el cerdo -en este caso, vaca- flotante de Pink Floyd. También hay referencias sonoras, las cuales surgen de la incorporación de acordes que remiten a algunas de las grandes composiciones de todos los tiempos.

Esta combinación podría ser suficiente para que La orquestita se perfile como lo mejor de dos mundos. Una serie ideal para introducir a los más pequeños en el terreno musical, pero también una capaz de enamorar hasta a los más entusiasta del arte sonoro. Aún falta lo mejor: las sensaciones que provoca.

Más que una serie educativa que asume el rol de maestro, es una que actúa como un amigo ansioso por compartir su entusiasmo. Una que explica los elementos técnicos más abstractos de una manera sencilla, pero sobre todo que aprovecha cada oportunidad para recordar el poder emocional que una melodía puede ejercer sobre todos nosotros. Esas cualidades que la han convertido en un arte y una pasión, en un recuerdo y un sentimiento. O en resumidas cuentas, en un lenguaje universal.

Eso sí, les advertimos que la serie puede tener efectos secundarios. Es difícil disfrutarla y no terminar con ganas de tocar un instrumento o de escuchar nuestro disco favorito. La muestra definitiva del enorme poder de la música, pero también de la gran calidad del show que es capaz de trasladar a la pantalla las sensaciones más abstractas que parecían concentradas en el sonido. Siempre supimos que las posibilidades de la animación y la música eran infinitas, pero producciones como La orquestita hacen que esta noción se eleve todavía más.