Crítica: The Glassworker
Usman Riaz encabeza un ambicioso largometraje que obliga a reflexionar sobre el valor del arte.
22 de noviembre de 2024Por Luis Miguel Cruz
Hablar de arte es complicado. El tema siempre ha sido motivo de debates, pero las discusiones se han intensificado por una serie de dilemas en torno a las razones que hacen a una obra acreedora a la etiqueta. Nada de esto parece importar a Usman Riaz, quien aprovecha The Glassworker para hacer a un lado las polémicas e invitar a reflexionar sobre el verdadero valor tras estas expresiones.
El cineasta pakistaní, cuyo largometraje cuenta con el respaldo iberoamericano de Manuel Cristóbal, persigue el objetivo de diferentes maneras. Lo hace directamente desde el diálogo, con la dupla protagonista profundizando sobre la valía de una creación; también con los personajes, una joven apasionada por la música pero incapaz de concebir sus propias piezas y un muchacho que deambula por la delgada línea que separa al artesano del artista; con el contexto, que contrasta la hermosura de una pieza con los horrores del conflicto bélico; finalmente, desde el carácter metanarrativo del cine, ya que el realizador aprovecha toda clase de elementos audiovisuales para concebir un filme que se gana el derecho a ser considerado como arte en sí mismo.
La historia nos introduce con Vincent y Alliz, el primero es hijo y aprendiz del más habilidoso maestro vidriero de la región; la segunda hija de un coronel recién llegado al mismo territorio. La amistad no tarda en convertirse en un inocente amor, pero los deseos de establecer cualquier relación se ven entorpecidos por la llegada de la guerra y las diferentes opiniones al respecto por parte de los respectivos patriarcas.
Es un hecho irrefutable que la premisa ha sido vista en numerosas ocasiones, pero esto pasa a segundo término ante la sobresaliente manufactura. Un filme que se olvida de las tendencias imperantes en la industria contemporánea y cuyo carácter artesanal es palpable en cada uno de los cuadros, pero también en otros elementos como el ritmo y la música.
El primero de estos apartados remite muy directamente a lo hecho por Studio Ghibli. No es un secreto que Usman Riaz es un ferviente aficionado de la obra de Hayao Miyazaki e Isao Takahata, como tampoco lo es que buena parte de sus inspiraciones provienen de la dupla nipona. Esto puede apreciarse en la estética, pero también en los mensajes de paz en un mundo sumido en el conflicto. Aun así, el joven cineasta encuentra el modo de esquivar la mera imitación para ofrecer una película dotada de una esencia muy propia que sumerge en la realidad pakistaní sin sacrificar la universalidad.
Si esta proeza es posible se debe en buena medida a que el realizador no apoya todas sus bases en lo hecho por el gigante japonés, sino que también encuentra inspiración en algunos de los grandes clásicos cinematográficos de todos los tiempos. Es difícil ver The Glassworker sin recordar títulos del calibre de War and Peace (Vidor, 1956) y Doctor Zhivago (Lean, 1965). De nueva cuenta, no por la copia de elementos, sino por su capacidad para visualizar un amor imposible por circunstancias que van más allá del control de los protagonistas. Obras que conmueven y estremecen por su pureza envuelta en un velo de tragedia.
Si esto es posible no es sólo por el guion, sino también por el ritmo. Sus escenas y secuencias inusualmente largas para los estándares actuales priorizan el diálogo y la reflexión por encima de la acción, lo que invariablemente aumenta la carga dramática ante el conflicto que se cierne. Una tensa calma antes de la llegada de la tormenta. Por supuesto, también contribuye a un mayor disfrute de las imágenes presentadas en pantalla. La película se convierte así en un respiro dentro de una industria audiovisual que se decanta cada vez más por la espectacularidad visual, las ediciones vertiginosas y la máxima tecnología.
La riqueza del filme también se extiende por los terrenos auditivos con una exquisita banda sonora que, compuesta por Carmine Diflorio y el propio Usman Riaz, potencia aún más las sensaciones provocadas por el filme. De la esperanza del primer encuentro al nerviosismo por la tragedia que parece envolver a los personajes. La influencia de Doctor Zhivago también se manifiesta en este apartado, con temas directamente inspirados en Lara’s Theme de Maurice Jarre.
Para terminar, el uso del cristal como un poderoso símbolo de los contrastes propios de la vida. Un material que deja ver la conversión del artesano en artista ante el deseo, pero sobre todo la necesidad de crear algo hermoso, único e irrepetible. Esfuerzos que parecen tornarse cada vez más frágiles en un mundo sumido en caos y conflictos que arrasan con todo a su paso. Una representación sellada con una mariposa de cristal que marca un punto de unión inquebrantable entre nuestros protagonistas.
Ya lo decíamos al inicio: hablar de arte es complicado. Como ejemplo la propia animación que tanto ha batallado en sus esfuerzos por hacerse con el reconocimiento. Afortunadamente para los amantes esta forma de expresión, son muchas las obras que han contribuido a la causa. Queda claro que The Glassworker es una de ellas.
Ficha técnica
- Título The Glassworker
- Dirección Usman Riaz
- Año 2024
- País Pakistán, España, EEUU, Corea del Sur, Canadá, Lituania, Filipinas
- Técnica 2D
- Voces Sacha Dhawan, Anjli Mohindra