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Crítica: Robin Robin

No cambiará el rumbo de la animación, pero Robin Robin sí que podría jugar un rol importante en la evolución de Aardman.

24 de noviembre de 2021
Por Luis Miguel Cruz
Crítica: Robin Robin
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Aardman se ha convertido en referente del stop-motion por su alta calidad técnica y narrativa, así como por la inconfundible apariencia de sus personajes. Admitámoslo, todo mundo pude identificar una película del estudio con apenas un breve vistazo a los protagonistas. Pero lo que por años fue una fortaleza empezó a convertirse en un arma de doble filo cuando los más recientes proyectos empezaron a sentirse reiterativos. Una impresión que se ve reducida con una bocanada de aire fresco como Robin Robin.

El especial navideño no es un proyecto rompedor ni desafiante con la esencia del estudio, sino uno con las suficientes variantes para demostrar su capacidad de adaptación en una industria animada cada vez más competida. Algo que se logra desde distintos ángulos, empezando con una historia navideña sumamente inusual. 

La de un petirrojo adoptado por una familia de ratones y que anhela ser un roedor más dista mucho de ser la trama decembrina arquetípica, lo que no le impide aprovechar los elementos más tradicionales de la temporada para abordar temas sumamente relevantes como la búsqueda de los sueños, la autoaceptación y el amor a los seres más cercanos. Un argumento emotivo pero que nunca pierde de vista la locura, el desenfreno e incluso el cinismo que ha caracterizado al titán británico.

No menos peculiar es que para lograrlo, la producción se apoya en el musical, una decisión inusitada para el estudio, pero que sale avante porque no se hace desde la imitación, sino desde la más pura autenticidad. Temas que remiten a los más alegres jingles navideños y que fungen como el complemento perfecto para plasmar la inoperancia del ave titular en sus esfuerzos por escabullirse como si de un ratón se tratara.

Y como toque final la apariencia de los personajes, que reemplaza el diseño y la textura vistos en Wallace, Gromit, Shaun y tantos otros para dar una estética que encuentra su novedad en la alusión a otros clásicos ajenos al estudio como es el caso Rudolph the Red-Nosed Reindeer. De nueva cuenta, esto no implica ningún tipo de copia, sino un rescate de viejos elementos en busca de nuevas fórmulas. Esto es especialmente palpable en Robin y su ratonil familia, cuyos modelados y pelajes dan más aspecto de juguete antiguo que de figura stop-motion, lo que invariablemente contribuye a la magnificación de la magia animada. 

El encanto de Robin Robin se ve complementado por el buen trabajo de su elenco. La más sobresaliente es sin duda Gillian Anderson, quien da una nueva muestra de talento como la voz de un temible felino que por momentos remite a su Margaret Thatcher de The Crown. Mención especial para Tom Pegler y Amira Macey-Michael, quienes con apenas unas líneas cautivan como los Pip y Dink.

Con una historia divertida pero sencilla, Robin Robin no será un antes y un después en la historia de la animación ni del entretenimiento navideño. Pero esto no implica que debamos perderlo de vista, ya que sus decisiones técnicas aunadas a la visibilidad ofrecida por su estreno en Netflix sí que podrían ser determinantes para el futuro de Aardman.