Dejar ir es un proceso complejo. Implica una mezcla de emociones confusas que pueden ir de la añoranza a la emoción por las posibilidades que deparan el futuro. El director Fabián Molinaro lo sabe y así lo manifiesta en Papirola, cortometraje de carácter semiautobiográfico sobre un niño que obligado por una mudanza familiar, debe dejar su hogar y con ello, sus pertenencias más queridas.

Aunque la premisa ha sido vista en otras ocasiones, Molinario y su equipo sortean cualquier cliché con ingenio, destreza y sobre todo con una profunda comprensión del personaje principal. Un chico que responde a la situación con la inocencia propia de los más pequeños, lo cual se ve en la solución fantástica de doblar todas sus cosas como si fueran de papel. Una respuesta ingeniosa con la que después forma una casa de papel que figura como un entrañable personaje secundario.

El alocado viaje de la dupla central en sus esfuerzos por empacarlo todo resulta en un corto que arranca muchas sonrisas ante las peripecias surgidas en el cumplimento de la tarea. Sin embargo esto no implica que estemos ante una historia feliz, pues como mencionamos con anterioridad , sus bases se asientan sobre el dejar ir. Es aquí donde la producción da el salto de calidad.

El equipo logra algo sumamente complicado: lograr que el espectador enfrente su razón con su emoción. La lógica adulta nos hace suponer que sucederá lo peor, al tiempo que nuestro niño interior se aferra a la idea de que el pequeño logrará su objetivo de algún modo.

La técnica también es clave para lograr el objetivo. Sobre todo cuando muchas veces en la industria animada se quiere sorprender desde lo novedoso y Papirola lo hace desde lo clásico. Los trazos, presuntamente simples que remiten a las tiras de Calvin and Hobbs no son una decisión aleatoria, sino una perfectamente premeditada con la que se acerca a la añoranza de los tiempos mejores del ayer. Sucede lo mismo con la banda sonora que se vuelca por el jazz y nos conduce por un viaje de altas y bajas, dando lugar a un excelente maridaje entre sonido e imagen. Papirola convierte a la música en un personaje más como hicieran incontables clásicos animados en su momento.

Adelantar el desenlace sería injusto, pero igual de injusto sería cerrar esta crítica sin referirnos al cierre. Es redondo. El personaje central preserva su identidad en todo momento, pero evoluciona de manera importante con un paso decisivo a la madurez ante la comprensión del prójimo y de él mismo.

También invita a distintas reflexiones, como la preservación de la inocencia infantil o el replanteamiento de lo que es el hogar. Nos quedamos con esas que invitan a pensar en las incontables complejidades propias de una vida que da y quita sin piedad. Una existencia capaz de arrebatarnos casi todo, incluso lo que más queremos, salvo nuestra capacidad de continuar adelante con una sonrisa ante el poder del recuerdo y la esperanza de todo lo que está por venir.