Una historia breve, un mundo que entrecruza realidad y ficción, y un ser fantástico que es determinante en las acciones. La canción del lago tiene toda la esencia de un cuento de hadas, siendo ésta la primera de muchas decisiones valientes tomadas por el equipo creativo encabezado por Carlos Sallas y Ari Navarrete. No porque el cuento de hadas tenga nada malo, sino porque su relación con la industria animada ha ido de lo estrecho a lo francamente polémico.

Pero no se dejen engañar por los estigmas y las etiquetas, que para nada estamos ante una historia edulcorada como tantas vistas a través de los años. Es una de carácter clásico, que captura lo hecho por eternos referentes como Perrault, Andersen y los Grimm para dar una obra marcada por las más agridulces reflexiones. Si a esto añadimos el uso del siempre fascinante stop motion, quedamos ante un cortometraje que remite más directamente a las adaptaciones de Ray Harryhausen que a las de Walt Disney.

Con esto tampoco queremos decir que La canción del lago se limita a la replicación de viejas fórmulas narrativas. De hecho es todo lo contrario, ya que las adapta con profunda destreza en beneficio de exigencias contemporáneas, dejando atrás las premisas más primarias de héroes y villanos, y reemplazándolas por un argumento sumamente poderoso. Uno que en apenas seis minutos obliga a cuestionar nuestros límites éticos en una vida compleja que en muchas ocasiones nos coloca ante las más dolorosas decisiones.

Las marionetas juegan un rol decisivo para que el objetivo sea alcanzado. Son visualmente espectaculares, pero más importante es que el contraste entre su diseño y sus acciones es clave para potenciar el impacto emocional ante los giros de la trama. Esto se logra con un viejo pescador cuya noble apariencia remite a un tierno abuelo o incluso a un inocente Papá Noel. También con una criatura fantástica que esquiva cualquier paso por el valle inquietante para conquistarnos desde el primer minuto. Nada es lo que parece.

El círculo se cierra con la excelsa utilización de un elemento tan representativo en algunos cuentos de hadas como es la canción. Su presencia en el título no es coincidencia, pues además de ser fundamental para el desarrollo de la trama, se trata de una dura reversión simbólica entre los monstruos que habitan en el imaginario colectivo y los que existen en el mundo real.

La obra es tan potente en sus bases que por momentos parece que sus poquísimos diálogos, todos ellos limitados al último tercio, salen sobrando. Más aún con la gran labor del equipo de animación que aprovecha la gesticulación y el movimiento de los personajes para transmitir las más diversas sensaciones. De cualquier modo, hay que enfatizar que esto para nada atenta contra el resultado final.

Es así como La canción del lago hace un estupendo uso del fantástico para ahondar en las complicaciones de la vida y la condición humana. Una reivindicación absoluta del cuento de hadas animado y un reflejo perfecto de todo lo que estas narrativas deben ser.