Rita Basulto es descrita desde hace tiempo como una experta en el arte de la animación y del stop motion. Ya va siendo tiempo de que también la consideremos una especialista en el arte de lo simbólico. Así lo ha demostrado a lo largo de toda su filmografía y ahora vuelve a hacerlo con Humo, aunque de un modo distinto al que nos tiene acostumbrados.

Narrativamente hablando, es la obra más asequible de toda su filmografía. Es la historia de David, un niño que comparte sus vivencias durante el Holocausto. No lo hace desde la esperanza, como tantas otras obras que han abordado el suceso desde la mirada infantil, sino desde la tragedia. Un corto que se mueve entre el drama y el terror, con el pequeño protagonista convertido en la más cruenta representación de una inocencia mancillada. No sólo en el que suele ser considerado el momento más oscuro de la humanidad, sino en tantos otros a lo largo de la historia.

Es también, un nuevo esfuerzo de la dupla creativa integrada por la directora Rita Basulto y el guionista Juan J. Medina por abordar sus inquietudes en torno a los pesares de las infancias. Tensiones que se han manifestado en colaboraciones previas como Zimbo (Basulto, Medina, 2015) y Tío (Medina, 2021).

El objetivo es logrado desde diversos frentes. Primero, con el relato de acontecimientos estremecedores que no debían ser sufridos por nadie, mucho menos por un niño. Algo que inicia con el abordaje al tren que conducirá a su familia al campo de concentración y que conduce al franco miedo que le representa la casa de la chimenea, que se alza como un auténtico monstruo en el panorama. Se acentúa además con la impactante interpretación de voz de Dante Basulto, con una narración marcada por el dolor pero también por la resignación de que todo está perdido.

Estas sensaciones se magnifican también desde lo artístico. Humo nos coloca ante marionetas inolvidables que sin ser netamente realista, han sido dotadas de miradas profundamente humanas. Sus ojos, marcados por el sufrimiento, remiten a las incontables imágenes de víctimas del holocausto y del mismo modo, terminan siguiéndonos mucho tiempo después de terminada la proyección. Sin embargo, también es cuidadoso al momento de recordarnos que esto no siempre fue así, con una muestra de retratos familiares ilustrados, muchos protagonizados por niños, y que recuerdan tiempos mejores, incluyendo los de nuestro propio protagonista. Ni qué decir de la fotografía, con una base en sepia que remite al pasado, aun cuando la obra nunca deja de voltear a tiempos presentes y futuros.

Porque tal y como se manifestó en las primeras líneas de esta crítica, el Holocausto está ahí, presente en todo momento. Se manifiesta en David, un nombre de peso en el mito judeocristiano, así como en las incontables estrellas que como la suya, dejaron de brillar durante el conflicto. Pero Humo también es más que esto. Es un llamado a recordar la fragilidad de la infancia y la manera en que ésta ha padecido la infamia adulta a través del curso de la historia.

Esto último sale a relucir con los poderosos cuadros iniciales que muestra un arbusto antropomorfo recubierto con ropaje infantil. No son prendas lanzadas al viento y atascadas en las ramas, sino una trágica representación de las jóvenes vidas que no podrán florecer ni mucho menos crecer para convertirse en firmes árboles. Mención aparte para la dedicatoria final en la que se lee “A nuestros hijos perdidos”.

Es así como Humo asciende como un corto imprescindible y como un triunfo más para Rita Basulto. Pero sobre todo, para un stop motion iberoamericano que no deja de crecer para demostrarnos que absolutamente todo es posible con el talento de nuestros artistas y el poder de esta técnica.