Conexión es una palabra curiosa. La que por mucho tiempo se empleó para hablar de una unión especial entre personas, ahora también es utilizada para referirse a la señal Wi-Fi. Irónico, ya que ésta tecnología tiende a ser señalada como la gran culpable de la alienación que aqueja a la sociedad contemporánea. Algo que, por extraño que parezca, invita a pensar que hoy día conexión también significa desconexión. Pero hay esperanza. Florentina González así lo entiende y manifiesta en El after del mundo.

El corto nos transporta a un escenario temible pero fascinante, con el mundo que conocemos completamente destruido, pero reemplazado por otro que sigue operando a su modo. La vida ha perecido, pero el entorno continúa en movimiento. En lo natural plasmado en los cambios del ambiente, pero también en lo tecnológico con señales de internet que continúan operando sin que nadie las reciba.

Es así como conocemos a dos personajes inusuales y a los que ni siquiera podemos clasificar de supervivientes. Son más bien dos fantasmas que irradian una sensación de nostalgia con su incansable deambular en pos de metas muy concretas. Uno anhela una red que le permita aumentar su playlist; el otro la compañía representada en los restos de una ballena. Ninguno lo sabe, pero su inesperado encuentro terminará por saciar sus ansias de conexión.

Resulta difícil ver El after del mundo sin pensar en el cuento There Will Come Soft Rains en el que Ray Bradbury habla de una humanidad extinta y un mundo que continúa adelante sin ella. Aunque eso sí, marcado por una huella que nunca podrá ser erradicada. Ni siquiera ante la suave lluvia titular o en el caso del cortometraje, con el ascenso de las mareas.

Dicho esto, es sobresaliente la manera en la que Florentina González presenta un mundo posapocalíptico que rompe con los eternos clichés del desastre hollywoodense, decantándose por una atmósfera pacífica que nunca pierde de vista la esperanza. Una proeza lograda con el estupendo tratamiento de elementos artísticos como la paleta de colores compuesta por azules, rosas, morados y turquesas que resulta vigorizante por la manera en que simboliza la renovación desde la necesaria curación de los viejos males. También está la música cuya combinación con sonidos ambientales predominantemente marítimos brindan una sensación de profunda calma. Una que irónicamente rompe con las adversidades de una existencia que se ha vuelto hostil en muchos sentidos.

Los personajes son hipnóticos en su apariencia, al estar vestidos con las más modernas prendas deportivas, pero también por su actitud ante una vida desafiante, pero que es enfrentada con perseverancia e incluso entusiasmo. Una situación nada sencilla ante la noción de que estamos ante el desenlace de una gran fiesta, ese after del que habla el título y que remite a una celebración de la que nadie quiere irse, aun cuando todos sabemos que el momento de que así sea ha llegado.

Desgarrador, pero hermoso a la vez gracias a la conexión final. La digital, pero sobre todo la humana. Esa que da fuerzas hasta en las peores circunstancias y que incluso en los peores escenarios invita a pensar que el mañana será mejor.