Crítica: Buñuel en el laberinto de las tortugas
Una de las más exquisitas inmersiones en la vida y obra de Luis Buñuel.
20 de abril de 2022Por Luis Miguel Cruz
Si Luis Buñuel es una de esas figuras inigualables en toda la historia del cine no es sólo por la grandiosidad de sus películas, sino por el modo de vivir el arte fílmico. No por nada describía este arte como “un instrumento de poesía, con todo lo que esta palabra lleva implícito acerca del sentido de liberación, de subversión de la realidad, de exploración del umbral del maravilloso mundo del subconsciente, de no conformidad con la limitada sociedad que nos rodea”. Ningún estudio en torno al cineasta ha sido capaz de plasmar esta mentalidad con la destreza de Buñuel en el laberinto de las tortugas, que refleja con enorme destreza el hacer de cine de una mente maestra que a ojos del mundo suele deambular entre la genialidad y la locura.
Para ello, el director Salvador Simó no sólo adapta con profunda destreza la novela gráfica homónima de Fermín Solís, sino que la abraza y la hace suya en toda la extensión del término. Desde la estética, que respeta los diseños originales, pero sin replicarlos al cien, hasta la historia por la que muestra una profunda comprensión. Esto último le permite ejecutarla a un ritmo perfecto, acentuarla en los momentos justos y finalmente mostrar la cara del hombre detrás del mito. Algo sumamente complejo si consideramos que alcanzó este estatus muy temprano en su carrera, concretamente con Un chien andalou (1929), que figura entre las óperas primas más exquisitas de la historia.
La película nos traslada a la producción de Las Hurdes, tierra sin pan (1933), proyecto en el que manifestó por primera vez su interés en el cine documental. No desde la realidad como tal, sino desde la exageración e incluso la manipulación de la misma, y complementándola además por algunas secuencias de corte surrealista. Decisiones controvertidas que dejaron una de las obras más controvertidas en la filmografía del aragonés, pero también una de las más impactantes por su reflejo de la pobreza y el retraso padecido en algunas regiones de España.
No es un simple detrás de cámaras animado. La trama no tendría ningún impacto si así lo fuera. Es una película madura y compleja que plasma el sentir de una de las figuras más brillantes de toda la historia del arte. En las complicaciones propias del proceso creativo, pero también en las frustraciones que le aquejan como la falta de apoyo para encontrar nuevos proyectos y la incomprensión de quienes le rodean al ser incapaces de entender sus métodos y sobre todo su visión. Problemas que de un modo u otro demuestran la profunda soledad en que viven los artistas y peor aún cuando de un genio como Buñuel se trata. Más trágico es ver la manera en que el realizador batalla por comprenderse a sí mismo. Un aislacionismo total que le carcome y que invariablemente le impide encontrar las razones tras su labor.
Como si fuera una obra del mismo cineasta español, Buñuel en el laberinto de las tortugas no está exenta de retos para las audiencias. En la dureza de sus imágenes que muestran sufrimiento animal sin ningún tipo de tapujos; así como el valor simbólico de la narrativa con una exaltación de los sueños que tanto influyeron en el trabajo del realizador. Más impactante es ver la cara humana del aragonés. Y es que la industria cultural se ha centrado tanto en el genio que ha dejado de lado a la persona, convirtiéndolo así en una figura mítica y virtualmente inalcanzable. Una idea que se resquebraja cuando vemos al protagonista dando consuelo a la gente aquejada ante la mirada atónita de sus compañeros o en una poderosa secuencia final en la que experimenta en carne propia el dolor de la pérdida.
Genialidad, obra maestra, clásico instantáneo… existen muchas formas de describir Buñuel en el laberinto de las tortugas y todas apuntan a la grandeza. Pero como el propio realizador siempre fue renuente a los halagos, quizá la mejor manera de rendirle homenaje a la película de Salvador Simó sería asegurando que el propio Luis Buñuel estaría orgulloso.