Radiografía de una semilla: un vistazo de la animación portuguesa
Annecy 2024 invitó a mirar pasado y presente de una industria portuguesa que apunta cada vez más alto en su futuro.
3 de julio de 2024Por Samuel Lagunas
La animación portuguesa se encuentra en el foco de la mirada mundial. Seguimos hablando de ella después de ser el país invitado del Festival de Annecy 2024. Y no es para menos. El reconocimiento y la visibilidad del cortometraje Percebes (Dir. Alexandra Ramires, Laura Gonçalvez), ganador del Cristal en el festival, o las noticias que han comenzado a circular sobre el próximo documental enfocado en la vida y obra de Regina Pessoa y Abi Feijó son indicadores de que la industria lusa se ha convertido en protagonista indiscutible del panorama iberoamericano y global.
Pero contrario a lo que algunos podrían pensar, esta historia de éxito no inicia en el pasado más reciente. Tampoco ha alcanzado su pico, pues a pesar de los importantes logros cosechados en los últimos años, lo visto demuestra que los éxitos apenas empiezan. Así pudimos apreciarlo durante la retrospectiva exhibida en el festival de animación francés.
Aquí un vistazo de algunos rasgos que caracterizan actualmente la animación portuguesa, los cuales deben considerarse para comprender mejor los caminos que este arte está tomando en el país luso.
Entre lo íntimo y lo nacional
En palabras de Abi Feijó, la animación portuguesa “se mantuvo en una zona de penumbra durante todo el tiempo de la dictadura”, entre 1926 y 1974. Las dificultades para realizar películas con enfoques propios, independientes, eran bastantes, por lo que la publicidad se convirtió en la principal vía para el desarrollo de animaciones, como se observa sobre todo en el trabajo de Armando Servais Tiago y de Artur Correia. Quienes estén interesados en conocer a estos directores, pueden encontrar en Espiões (1965) y O Melhor da Rua (1966) un punto de partida que permite apreciar el humor y la calidad de la técnica que lograron alcanzar a pesar de los pocos recursos a los que tenían acceso.
Con el fin de la dictadura, señala Regina Pessoa, se abrió una ventana inaudita para los artistas, no tanto en cuestiones técnicas, sino en cuestiones temáticas y políticas. Según la cineasta “Os salteadores (1993) de Abi [Feijó] fue la película que lo comenzó todo. En ella los animadores que estábamos empezando encontramos un impulso y una guía. Fue una de las primeras películas animadas que habló de nuestro pasado con libertad y belleza”.
La década de los 90 marca el gran parteaguas en la historia de la animación portuguesa y constituye el comienzo de la edad dorada que actualmente estamos disfrutando. La misma realizadora establece a partir de su propia obra unas coordenadas que resultan bastante útiles y pertinentes para esta reflexión: “Abi inauguró una veta que podríamos llamar nacional o histórica, pero a mí me interesaba más hablar sobre lo que yo conocía mejor que era mi vida, específicamente mi infancia, esos años tan duros que viví en situaciones de pobreza y opresión política”.
Así, mientras que Os salteadores cuenta la historia de unos hombres asesinados durante el periodo de la España franquista, a la vez que elabora una reflexión crítica sobre sobre el comportamiento inhumano del gobierno portugués; en Una noite (1999), primer cortometraje de Pessoa, la protagonista es una niña que tiene un terrible miedo a la oscuridad. A pesar de las diferencias narrativas, ambas obras poseen una intención similar que tiene que ver con la búsqueda de una coherencia entre la técnica y los temas que les interesan, es decir, hay el deseo de proponer una estética y una política de la animación. En ambas obras, los tonos grises y los colores oscuros nos revelan el pasado y el presente como tiempos difusos y porosos, no sólo porque las vivencias que experimentan los protagonistas son traumáticas y acceder a ellas provoca imágenes imprecisas, sino también porque esa tiniebla porta un tono de angustia y de preocupación por aquello que se aborda.
Esta misma línea se ha extendido por los terrenos del largometraje que apenas empiezan a ser explorados por la floreciente industria lusa. Nayola (2022) de José Miguel Ribeiro ahonda en la guerra civil de Angola para demostrar que nadie regresa plenamente de un conflicto bélico. El mensaje va en continuidad con lo visto en su cortometraje Estilhaços (2016) y apunta a la búsqueda de una redención simbólica del colonialismo portugués en territorio africano, cuyas huellas pueden apreciarse hasta nuestros días. En un tono más amable, Os Demónios do Meu Avô (2002) de Nuno Beato profundiza en la búsqueda de una identidad en tiempos de hiperglobalización desde una joven que se ve obligada a enfrentar su aislacionismo y sobresaturación con un viaje directo a lo más profundo de sus raíces familiares.
La animación portuguesa se configura así en su renacimiento con una clara vocación reflexiva, donde los artistas a través de la técnica son capaces de mirar en sí mismos las huellas dolorosas, aunque también gráciles del pasado individual y colectivo.
El juego del pasado
Para Fernando Galrito, uno de los principales curadores de la retrospectiva de animación portuguesa en Annecy, “las y los directores de animación en el siglo XXI exploran el pasado con originalidad y acudiendo a una diversidad de géneros como el musical, la comedia, las historias de amor y el noir”. Así lo expresó en la presentación del Programa de cortos titulado Una nueva generación.
El cortometraje que mejor expresa este ímpetu lúdico y travieso en la representación de hechos que pertenecen a la memoria colectiva de Portugal es O Casaco Rosa (2022) donde Mónica Santos utiliza prendas de vestir que se mueven al ritmo de canciones para contar una historia perturbadora del torturador titular. En este cortometraje la mirada del pasado es oblicua, en tanto no vemos rostros, ni fotografías de archivo, ni escuchamos grabaciones reales, todo se cuenta desde un lugar desconcertante como es el musical y a través de materiales aparentemente inofensivos. La violencia se percibe de una forma extraña, pues no hay dolor en un alfiler que atraviesa una blusa, pero Santos logra que cada prenda, sin perder su materialidad, se convierta en vehículo testimonial del sufrimiento de decenas de personas.
Algo muy diferente ocurre en O Homem do Lixo (2022) donde Laura Gonçalves revisita distintos momentos de la historia nacional desde el espacio doméstico y la cotidianidad de una reunión de sobremesa y a través de un personaje marginal como un recolector de basura. El dolor, el sufrimiento y la tristeza provocada por acontecimientos como la guerra o la migración aquí son pasados por el filtro de la evocación familiar, donde la ternura del recuerdo contribuye a paliar la desgracia y resguardar en la memoria la dignidad de una vida.
Amores incansables
Un rasgo que quedó resaltado en la muestra de cortometrajes preparada para el Festival de Annecy y que no es tan común encontrar en otras filmografías animadas de la región, tiene que ver con la abundancia de historias de amor, no limitadas a lo erótico o lo conyugal, sino que exploran con sencillez y dinamismo la profundidad de los vínculos que se pueden crear entre padres, madres, hijas hijos.
En A Menina Parada (2021), Joana Toste concibe una historia absurda pero de un candor inolvidable. En el cruce de un semáforo una niña pequeña se suelta de la mano de su madre y decide quedarse a mitad de la calle esperando a que vuelvan por ella. Un policía se acerca para ayudarla, pero la niña se obstina en su inmovilidad y muy pronto se convierte en un obstáculo para el tráfico. No obstante, más que agredirla o intentarla mover, la gente empieza a admirar su determinación, le cantan canciones, le erigen un monumento, la rodean con celebración hasta que la mamá regresa. El estilo infantil del dibujo refuerza la inocencia de una historia en donde se nos abre la ventana a un mundo casi utópico en el que las violencias son suspendidas y el mundo nuevo que nace es una red casi absoluta de solidaridad y cuidados. Algo muy similar a la relación entrañable que se nos presenta en Ice Merchants (2022) de João González, que a partir del aprendizaje y el legado de un oficio riesgoso, se ejercitan y aprenden sentimientos que fundan cariños inquebrantables.
Mención especial para Entre sombras (2018) en el que Alice Guimarães y Mónica Santos emplean la técnica de pixilación y se decantan por el noir para una obra apabullante por lo fantástico de las secuencias que consigue. Aquí el amor es ese misterio inexpugnable y a la vez la puerta de todas las traiciones, como sucede en las películas de este género. Mujeres fatales, hombres despiadados y un romance imposible establecen las puntas de un triángulo perfecto que desemboca en una revelación fulminante. ¿Cuánto vale un corazón y qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo?, es una de las preguntas que sustenta el cortometraje
Si bien es cierto que las diferencias históricas y las barreras lingüísticas han provocado una noción de distanciamiento entre Portugal y el grueso de los países iberoamericanos, es un hecho que la animación ha propiciado algo más que un acercamiento: ha generado una sensación de hermandad. Lo visto en Annecy demuestra que existen hilos muy fuertes que unen nuestras industrias, pero también nuestras inquietudes como audiencias y sociedades. Ahora, los espectadores tenemos un reto por delante: seguir indagando en el pasado y el presente de una creciente industria que parece decidida a llegar a lo más alto del panorama global.