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Desde Iberoamérica confirmamos que la animación no es sólo para niños

El bloque siempre se ha sumados a los esfuerzos de la industria animada de todo el mundo que lucha continuamente por erradicar viejos estigmas.

30 de marzo de 2022
Por Luis Miguel Cruz
Desde Iberoamérica confirmamos que la animación no es sólo para niños
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La animación para adultos es un hecho”, proclamó orgulloso Alberto Mielgo en su discurso de aceptación del Oscar por The Windshield Wiper, “está pasando, llamémosle cine”. El cineasta español no podía tener más razón.

Por años, el grueso de la industria cinematográfica y del público se han empeñado en encasillar a la animación como una forma de entretenimiento para los más pequeños. Algo que suele ser atribuido a los pioneros de la industria estadounidense como Walt Disney, Walter Lantz y Max Fleischer. Aseveraciones injustas cuando recordamos que el primero intentó elevar la técnica como un auténtico arte con Fantasia (1940), que el segundo apeló de manera recurrente a la familia disfuncional y que el último fue responsable de la creación de Betty Boop, concebida como un sex-symbol en tiempos de la Gran Depresión y la Era del Jazz.

Los esfuerzos por demostrar lo contrario vienen de distintas latitudes, incluyendo el bloque iberoamericano. Así lo demostró el cubano Juan Padrón con clásicos imperecederos como ¡Vampiros en La Habana! (1993) y Mafalda (1993) cuyo disfrute requiere ciertos conocimientos sociopolíticos. También el español Fernando Trueba con su multilaureada Chico & Rita (2010) que funciona como una profunda inmersión en la pasión latina a partir del baile y la sensualidad. O el mexicano Carlos Carrera con su impactante El héroe (1994) que alude directamente a un tema complejo como el suicidio, elementos que también pueden apreciarse en su más familiar Ana y Bruno (2017), aunque no por ello menos apta para los adultos al tratar temas de enorme relevancia como la salud mental. Su tratamiento es tan maduro que podría decirse que  por momentos deambula cerca del terror.

Si de este género se trata, ahí está La frecuencia Kirlian (2017) con su espeluznante exploración de un remoto pueblo argentino. Hablando de otros, no nos olvidemos de la comedia con El Santos contra la Tetona Mendoza (2012) que cuenta con toda la picardía característica del monero mexicano Trino. Ni del drama puro y duro con la exquisita Buñuel en el laberinto de las tortugas (2018) que profundiza en la genialidad, pero también en la excentricidad del mítico cineasta español. Mucho menos del documental con Un día más con vida, que adapta el libro homónimo en el que Ryszard Kapuscinski rememora sus experiencias en una Angola aquejada por la guerra.

También está la animación iberoamericana que ahonda en la política desde distintos frentes. Tal sería el caso de Historia de un oso (2014) o Bestia (2021) que profundizaron en la dictadura chilena, la primera desde la tragedia familiar y la segunda desde un personaje clave como Íngrid Olderöck señalada por sus distintas violaciones a los derechos humanos. Mención aparte para Black is Betlza (2018) que retrata la discriminación racial de los Estados Unidos a partir del desfile neoyorquino de 1965 cuyos organizadores se rehusaron a exhibir dos gigantes sevillanos de color.

Están incluso las más complejas narrativas. Como Bob Cuspe: Nós Não Gostamos de Gente (2021) que combina punk, elementos postapocalípticos y una exquisita metanarrativa que resulta en una película animada tan elaborada como fascinante. Imposible olvidarse de la inclasificable The Windshield Wiper que aborda con destreza un cuestionamiento tan profundo como el amor mediante una exploración de sus distintas caras que van de la sexualidad a la hiperconectividad. Incluso O Menino e o Mundo (2013) cuyos amigables, incluso básicos diseños que en realidad remiten a diversas corrientes artísticas son aprovechado para plasmar la colorida visión de un pequeño en una búsqueda que lo adentra de lleno a un mundo hermoso, pero también doloroso.

Estos y otros proyectos del bloque se unen así a exponentes de todos los tiempos que en la mayoría de los casos, hay de que decirlo, se ven beneficiados por mejores canales de distribución y por ende de una mayor popularidad entre las audiencias. Tal sería el caso de clásicos como Yellow Submarine (1968), Fritz the Cat (1972), La planète sauvage (1973), Heavy Metal (1981), Fire and Ice (1983) y Akira (1988), por nombrar algunos. También hay cintas provenientes de los siempre señalados estudios Disney como The Black Cauldron (1985), Who Framed Roger Rabbit (1988) y Nightmare Before Christmas (1993). La primera fue estrenada bajo el sello del estudio central con opiniones encontradas a causa de su calidad narrativa pero también de su espeluznante villano obsesionado con levantar un ejército de entre los muertos. Algo muy alejado a los trabajos previos del ratón. Fue por esto mismo que los otros dos títulos mencionados estrenaron bajo su rama adulta de Touchstone, lo que les permitió jugar libremente con elementos como la sexualidad y la muerte, plasmada con enorme destreza en los personajes de Jessica Rabbit y Jack Skellington. Tampoco nos olvidemos de Inside Out y Soul, que realizadas por Pixar, fueron señaladas por algunos a causa de una complejidad tan marcada que parecían más destinadas al público adulto que al infantil.

Es un hecho que la animación es para niños, pero también que es para adultos. Es cine puro y duro, y como tal es para todos. Erradiquemos de una vez por todas los prejuicios y las falsas ideas que muchos se han hecho por generaciones y disfrutemos de una técnica cuya naturaleza es capaz de plasmar absolutamente todo.