Crítica: Flee
Una fórmula poco recurrente y una de las mejores películas animadas de los últimos tiempos.
18 de febrero de 2022Por Luis Miguel Cruz
La crisis de refugiados ha sido abordada de manera tan recurrente por medios noticiosos y películas que el mundo occidental se ha tornado virtualmente insensible al problema. Las adversidades se han agudizado además ante la larga lista de complicaciones suscitadas en los últimos años, que en el mejor de los casos conducen a la indiferencia y en el peor a la xenofobia. Una situación tan dramática como lamentable cuando hay tantos afectados y que hace que una película como Flee resulte tan necesaria para el mundo en que vivimos.
El documental dirigido por Jonas Poher Rasmussen nos introduce con Amin Nawabi, alias de un refugiado afgano en Dinamarca que oculta su nombre real por razones que serán abordadas en pantalla. El resguardo de la identidad se manifiesta además en la protección de su imagen, no con vídeos pixelados ni rostros oscurecidos, sino con el uso de animación. Una decisión inusual para este tipo de proyectos pero que invariablemente resulta refrescante, que brinda una clara diferenciación en comparación con otros filmes similares y que además abre una serie de posibilidades narrativas que enriquecen –y endurecen– las acciones.
Es la historia de un niño que abandona su natal Afganistán en los 80 para escapar de la guerra, que llega a una Rusia empobrecida, corrupta y plagada de adversidades para los extranjeros sin documentos y cuya familia realiza toda clase de esfuerzos por llegar a un lugar mejor. Una búsqueda tan desesperada que incluye situaciones potencialmente letales y que no descarta la posibilidad de una separación definitiva.
La trama ya es impactante por sí sola, pero se ve favorecida además por la enorme destreza narrativa del cineasta danés, quien descifra el modo de llevar los recuerdos del entrevistado del más profundo intimismo a un carácter netamente global.
Lo primero se logra con un relato que por momentos se desprende del documental convencional para convertirse en un auténtico psicoanálisis: Anim recostado con los ojos cerrados en un diván, batallando en incontables momentos por abrirse, para finalmente redescubrir memorias perdidas en su inconsciente. A esto se suma la continua dramatización animada del pasado, entrelazada además con imágenes de tinte pesadillesco que apenas dan una brevísima idea de los horrores reales enfrentados por el narrador. Lo segundo se logra al reforzar los relatos de los obstáculos enfrentados en distintos países y fronteras con imágenes reales de distintos medios informativos. Esto, aunado a las conclusiones de cada travesía, impacta de sobremanera al demostrar lo poco que se ha avanzado en el tema con el paso de las décadas. Un problema del que nadie quiere hacerse cargo.
La dureza aumenta con las poderosas conclusiones del entrevistado. Lo que parece un final feliz por la llegada a territorio seguro y la brillante trayectoria académica construida desde entonces no evita que pierda su identidad por la gran cantidad de mentiras contadas para garantizar su condición de refugiado ni que experimente un continuo miedo ante una posible deportación. Los demonios permanecen y evitan que el escape se concrete del todo.
Existen muchas formas de ver Flee. Como un documental único e imprescindible. Como una de las mejores cintas animadas de los últimos tiempos, de esas que demuestran la valía y las posibilidades de la industria, y lo importante que puede tornarse cuando es trabajada con tanto talento. Finalmente, aunque no por ello menos relevante, una historia compleja pero que es narrada con tanta humanidad que parece sencilla. Un homenaje a la vida, la amistad y la supervivencia. Quédense con la que mejor les parezca, que en todos los casos el resultado es el mismo: inolvidable.