Crítica: Nacer
Un cortometraje entrañable sobre la familia, la madurez y el renacimiento de uno mismo.
12 de febrero de 2022Por Luis Miguel Cruz
El escritor y director de Nacer, Roberto Valle, ha explicado en varias ocasiones que su proyecto surge de la ilusión nunca concretada de tener un hermano menor. Algo palpable en diversos detalles de la historia, como la ubicación y la temporalidad de las acciones, además del diseño de los personajes. Y uno no puede sino maravillarse de que un deseo tan personal siente las bases de una trama tan universal. El resultado, más que un cortometraje, es una auténtica experiencia.
El creativo logra esta hazaña de distintos modos, empezando por la técnica. No es visualmente espectacular y nunca pretende serlo, sino que se decanta por la sencillez y la familiaridad. No es casualidad que el personaje central remita a viejos conocidos de la animación como el pequeño Jim Hawkins (Treasure Planet), Sōsuke (Ponyo), Brendan (The Secret of Kells) y muchos otros niños animados, ya que todos cuentan con rasgos físicos como la cabeza redonda, los ojos grandes y un cuerpo redondeado que garanticen la conexión emocional del público. Tampoco que los escenarios, como el patio trasero o las habitaciones, sean tan comunes, destacando además que estas últimas son engalanadas por una luz tan marcada que resulta imposible escapar a la calidez de la nostalgia, como si de una foto en sepia se tratara.
A esto sumemos la capacidad del cineasta para replicar la complejidad humana a través de un niño que experimenta toda clase de emociones al enterarse de la inminente llegada del bebé. Sensaciones que van de la sorpresa y la curiosidad inicial sobre lo que crece al interior de su madre a un franco desencanto tras sentirse relegado. No menos sorprendente es que lo logra sin la necesidad de diálogos, sino apoyándose casi netamente en el poder de las imágenes. Unas vienen de cámaras subjetivas que son determinantes para ponerse en los zapatos del chico y otras desde objetivas que dejan algunos cuadros sobresalientes. El más destacado es sin duda el del pequeño sonriente junto al vientre materno, pero para nada es el único. Algo verdaderamente destacado si consideramos que la obra no excede los diez minutos de duración.
Si esto es posible es en buena parte porque Valle muestra una confianza absoluta en la utilización de los valores más primarios del cine como son la luz y el color. No duda en jugar con ellos, aprovecharlos para trabajar emocionalmente a su público e incluso exagerarlos cuando la trama así lo requiere. Es así como pasamos de los brillos a las sombras para reflejar las dudas del pequeño. Ni qué decir del uso de elementos simbólicos desde el primer cuadro con una tinaja de agua cuya burbuja central remite directamente al ser en gestación o el ingreso al túnel que marcará la llegada del bebé, pero también la vía a una nueva forma de vida para el protagonista de esta historia. Una historia amable, aunque no por ello carentes de reflexiones sobre nuestro pasado y presente, o lo que es lo mismo, sobre nosotros mismos.
Y es que si bien el cortometraje se titula Nacer no es sólo por el embarazo en cuestión, sino por el propio renacimiento simbólico experimentado por el personaje central, obligado a dejar atrás su más tierna infancia no por la llegada de su hermano, sino porque así lo exige la propia existencia. Porque crecer es eso, nacer una y otra vez conforme a las circunstancias que nos van moldeando como personas.