La industria animada en todo el mundo siempre se ha manifestado contra los incontables desaires sufridos durante las distintas temporadas de premios a través de los tiempos. Pero a veces, y sólo a veces, los grandes certámenes toman decisiones que renuevan la esperanza de un digno reconocimiento para este arte que tanto amamos. Esta vez, el crédito corresponde a los César.

Como cada año, la ceremonia organizada por la Académie des Arts et Techniques du Cinéma y que celebra lo mejor del cine francés presenta un poster que rememora las mayores glorias de la industria gala. Esta vez el homenaje fue para Michel Ocelot y su cortometraje La Belle Fille et le Sorcier.

La obra estrenada en 1992 se inspira en los eternos cuentos de hadas para dar una importante lección en torno a las apariencias. Para ello nos introduce con una joven no del todo bella que anhela ser una hermosa princesa. Su deseo se cumplirá cuando un hechicero al que ha salvado de ahogarse decide convertir su sueño en realidad. Una producción que, de acuerdo al propio realizador, “bromea con mi fijación por los príncipes y las princesas”.

El cartel promocional es un homenaje a uno de los cineastas más destacados en toda la historia de la animación francesa. “Es una figura emblemática de la animación, tanto en Francia como a nivel internacional”, asegura la Académie en su sitio oficial. “En cada una de sus obras, el director utiliza su arte y poesía en un estilo cinematográfico único, para sorprendernos y transportarnos a universos oníricos, a través de formas narrativas que destilan mensajes de paz y tolerancia”. Estas cualidades se manifiestan en un impresionante palmarés que incluye el Cristal de Annecy, el BAFTA británico, el CICAE de Cannes y más. Por supuesto, también el César, con dos estatuillas de cinco nominaciones.

Es también una celebración a la industria gala. Una de las más importantes del mundo, que ha cosechado todo tipo de reconocimientos y que ha sido fuente de inspiración para el talento de los más diversos territorios.

Finalmente, es un reconocimiento a la animación en sí misma. Esa que ha resistido todo tipo de estigmas y que no cesa en su lucha por afianzarse como un arte en el imaginario colectivo. El cartel, aunado a muchos otros logros vistos en los últimos años, hacen que la meta se sienta cada vez más cerca.