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Crítica: The Book of Life

Una brillante ópera prima que bien podría convertirse en toda una leyenda de la animación iberoamericana.

15 de diciembre de 2021
Por Luis Miguel Cruz
Crítica: The Book of Life
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El Día de Muertos es la tradición mexicana más conocida en todo el mundo y como tal fue la base de películas como ¡Que viva México! (Dir. Sergei Eisenstein, 1930-1932) y Día de difuntos (Los hijos de la guayaba) (Dir. Luis Alcoriza, 1987). Curiosamente, ninguna dirigida por un mexicano. La situación en el terreno animado ha sido distinta al inspirar cortos netamente mexicanos como ¡Que viva la muerte! (Dir. Adolfo Garnica, 1965) y Hasta los huesos (Dir. René Castillo, 2001), pero ni un solo largometraje. Al menos hasta ahora con The Book of Life, que se encuentra en un punto medio entre los títulos descritos anteriormente: una coproducción entre los tres países norteamericanos pero encabezada por dos mexicanos de alto calibre como Jorge Gutiérrez y Guillermo del Toro.

El primero es bien conocido por ser el cocreador de la popular serie animada El Tigre: The Adventures of Manny Rivera y dueño de un estilo extravagante que no vacila en reflejar su mexicaneidad en cada una de sus historias y personajes. El segundo es simplemente uno de los grandes creativos mexicanos de todos los tiempos, director de películas como Cronos (1993), Hellboy (2004) y El laberinto del fauno (2006), así como un eterno amante de la animación que finalmente manifiesta su pasión como productor de su primer gran proyecto de este tipo. Una dupla de altísimo calibre que deja la mesa –¿o deberíamos decir el altar?– puesta para la que aspira a convertirse en referente animado de la tradición.

Para ello, The Book of Life nos introduce con un joven triángulo amoroso al interior de un pueblo mexicano. Lo integran Manolo Sánchez, cuya nobleza y sueños musicales chocan continuamente la tradición torera de su familia; el otro es Joaquín Mondragón Jr., cuya vida a la sombra de su valeroso y difunto padre le ha obsesionado con la idea de no ser opacado por nadie más; se disputan el corazón de María Posada, cuya actitud rebelde rompe continuamente la tranquilidad del pueblo y provoca severos dolores de cabeza en su padre. Las tensiones llegan a un punto climático cuando la tercia se reencuentra en edad adulta y tras varios años distanciados.

Sería una premisa más bien sencilla, pero Gutiérrez la enaltece con presencia divina. Se trata de la Muerte y Xibalba, respectivos gobernantes de la Tierra de los Recordados y los Olvidados, quienes convierten a la tercia en cuestión en la base de una arriesgada apuesta por el control del primer territorio. No es para menos, pues éste se caracteriza por su alegría perpetua, mientras que el otro es más bien oscuro y deprimente. Las tensiones alcanzan un carácter verdaderamente mítico cuando consciente de su inminente derrota, el señor del inframundo toma funestas cartas en el asunto para inclinar la balanza a su favor. Sería el fin de casi cualquier historia, de no ser porque en México la muerte es sólo la continuación del camino.

Existen muchas razones por las que The Book of Life es una cinta fascinante, siendo su carácter metanarrativo la primera de todas. A diferencia de lo descrito por los mitos grecorromanos, las deidades prehispánicas no intervenían directamente en las acciones humanas.  Pero la dupla guionista integrada por Doug Langdale y el propio Gutiérrez no vacila en trasladar este aspecto a la historia de un modo tan sutil y orgánico que pocos se detendrán a cuestionarlo. Una decisión que además se manifiesta desde muy temprano en la trama y que como tal resulta determinante para el desarrollo de las acciones.

La metanarrativa empleada para relatar la propia historia, con la guía de un museo que cuenta los sucesos a un grupo de niños, es más evidente, aunque no por ello menos relevante en su carácter simbólico. Una herencia de los clásicos animados Disney que abrían con la apertura de un libro, pero que en este caso se desarrolla en una institución cultural para remarcar el valor de la tradición. Más importante aún es el hecho de que esta construcción enfatiza la relevancia de la memoria y las historias para la supervivencia de las prácticas ancestrales como el Día de Muertos, pero también de nuestros difuntos a través del recuerdo.

Esto último se ve complementado por uno de los diseños de personajes más singulares de los últimos años. Mientras el grueso de las cintas animadas computacionales apela de un modo u otro al realismo –en las formas, las texturas o los pelajes–, The Book of Life no teme evidenciar su carácter fantástico con humanos y animales que remiten a la artesanía: cuerpos cuadriculados, pieles con marcas de madera y articulaciones expuestas e integradas por alambre. Las únicas excepciones son las divinidades en cuestión, otro recordatorio de que estamos en una historia al interior de una historia, pero también que sus protagonistas son auténticos juguetes de los dioses que deben luchar por labrar su destino. Una genialidad de Sandra Equihua y el propio Gutiérrez.

Si de decisiones arriesgadas se trata no olvidemos de la forma en que la película aborda la mexicaneidad. Es común que las producciones hispanoamericanas prioricen sus raíces prehispánicas y minimicen las españolas. No es el caso de esta cinta, pues Jorge Gutiérrez se muestra consciente de que buena parte de la riqueza mexicana proviene de su fusión cultural, lo que en este caso se manifiesta en elementos como el vestuario o los toros. Eso sí, este último aspecto es clave para transmitir uno de los mensajes primarios del filme: la importancia de la compasión y el perdón. Exaltado, hay que decirlo, por el enorme talento musical de Gustavo Santaolalla

The Book of Life deambula cerca de la perfección en muchos aspectos, pero se queda corta por un par de decisiones comprensibles, pero no por ello exentas de polémica. La primera es netamente narrativa, con un villano referido en todo momento pero en el que nunca se profundiza, lo que invariablemente se resiente cuando el personaje se torna decisivo para el tercer acto. Caso similar al de la música, con la inclusión de éxitos en inglés como Creep o Can’t Help Falling in Love en voz del protagonista. Ambas medidas responden al deseo de complacer a una audiencia internacional, pero la primera hace que un filme único se sienta genérico hacia su cierre y en el caso de la segunda, aunque a nadie molesta un buen cover de Radiohead o Elvis Presley, lo cierto es que en este caso se sienten completamente fuera de lugar.

Ni estos tropezones impiden que The Book of Life merezca ser reconocida entre las películas definitivas del Día de Muertos, ni como una brillante ópera prima del que bien podría convertirse en toda una leyenda de la animación iberoamericana.