El arte no es una expresión estática, sino una que nace, crece y evoluciona. Soñadores lo demuestra a la perfección. Surge como una canción compuesta por Albert Pla, ésta inspira un libro ilustrado por Liniers y ahora este último sirve como la base para una entrañable serie animada.

No es una adaptación fidedigna ni a la letra del tema musical ni al impreso. Una decisión atinada, ya que llevar a la pantalla los sucesos descritos en las obras previas quizá habría servido para un cortometraje, pero no para una producción de carácter seriado. En vez de esto, los materiales fuentes sirven como un punto de partida narrativo y estético que nos llevan al contexto fantástico de “una escuela perdida allá en medio del Montseny donde sólo estudian los niños que sueñan despiertos. Es la escuela de los soñadores”.

El show está construido de un modo semiantológico, en el que cada tres episodios se explora la historia de un pequeño distinto. Las aventuras individuales y conjuntas no están conectadas entre sí, salvo por elementos muy concretos en las ilusiones de cada personaje. Como Darío que fantasea con volar a como dé lugar o Fini que se visualiza como una eterna sirena que explora el fondo del mar. Esto permite conocer un poco más a todos los estudiantes sin conceder el rol protagónico a ninguno de ellos, lo que a su vez lanza el importante mensaje de que todos podemos y debemos permitirnos soñar despiertos.

La mención de la niña acuática cuyo nado cierra las obras que inspiran esta producción obliga a enfatizar que ni todos los soñadores ni los sueños descritos en los trabajos previos son desarrollados por la serie. Aunque habrá quien extrañe su fantasía favorita, la producción incluye algunas ilusiones a modo de referencia en la entradilla y los créditos finales, lo que resultará en un deleite para quienes aman esa historia. Y hablando de sueños, las ilusiones pendientes invitan a soñar con la posibilidad de una segunda temporada que expanda todavía más este mágico universo.

Uno de los puntos más fuertes de Soñadores es su diseño inspirado directamente en la obra de Liniers, lo que puede apreciarse en distintos elementos. El más evidente son los niños, con la cara redonda y la inconfundible nariz que les da el artista argentino. También están los animales y los seres fantásticos que complementan cada aventura, siendo el extraterrestre de Darío o las fantasmales representaciones de los sueños buenos ejemplos. Finalmente, los escenarios que pueden estar semivacíos o saturados, pero que siempre lucen limpios y estéticos. El show es, en otras palabras, lo más cercano a entrar en las viñetas del creativo.

Pero si hay algo en lo que resalta esta producción es en las lecciones impartidas a su público. Ya hablamos de su invaluable invitación a soñar, así como de su exaltación al poder de los sueños, pero éstas no son las únicas. La serie arroja numerosos mensajes primarios, pero que parecen haberse perdido en el mundo en que vivimos, como son la camaradería y la ayuda incondicional al prójimo. Asimismo y de manera completamente orgánica, refleja preocupaciones recurrentes del contexto actual como la búsqueda de identidad y de equidad. Mensajes que en primera instancia pueden parecer destinados para los más pequeños, pero que están perfectamente trabajados para llegar también a los adultos.

Es imposible ver Soñadores sin dejar de soñar. Con nosotros mismos, con el mundo que nos rodea y con la magia que rodea a esta increíble historia. Una tan grande que invariablemente nos obliga a preguntarnos qué seguirá después. Porque si el arte está en continuo movimiento, no podemos sino esperar por descubrir las fantasías que inspirará esta fascinante serie animada.