Crítica: Rock Bottom
Un viaje psicodélico, un recorrido por los caminos de la autodestrucción, un vistazo a las inquietudes en torno a la creación artística y un poderoso homenaje al mítico álbum homónimo de Robert Wyatt.
12 de diciembre de 2024Por Viridiana Torres
Las películas inspiradas en artistas o álbumes musicales no son algo realmente nuevo dentro de la industria cinematográfica. La verdadera novedad radica en la reciente ola de producciones que voltean hacia atrás para rememorar muchas de las grandes figuras musicales de antaño. Inmersiones en vidas y obras, pero también miradas nostálgicas de los denominados años más dorados de la industria, así como exploraciones de los turbulentos ascensos que dejaron legados impregnados por un aura de trágica gloria. Aunque no debe verse como un biopic, sino como una representación libre que celebra los 50 años del disco homónimo de Robert Wyatt, Rock Bottom merece un lugar especial en esta lista al decantarse por la vía animada. Un viaje brillantemente dirigido por María Trénor y que sería virtualmente imposible de alcanzar desde la acción real.
You’ve been so kind,
I know, I know.
So why did I hurt you?
I didn’t mean to hurt you.
Puede que la mejor manera de sintetizar las bases más primarias del filme sea con la letra de Little Red Riding Hood Hit the Road a cargo del propio artista. Aunque es un elemento imprescindible dentro de la trama, también sería injusto reducir Rock Bottom a una simple película de amores tormentosos. Hablamos, después de todo, de una historia compleja centrada de una joven pareja creativa de los 70 cuyas aspiraciones colapsan con la realidad en un verano idílico que se torna pesadillesco. Un romance imperfecto que se ve sacudido por las drogas y el desencanto de la vida rutinaria, pero también por una serie de inquietudes en torno a la creación artística.
De hecho, muchas de las reflexiones más profundas provienen de este último aspecto. Como el bloqueo creativo padecido por Bob al momento de componer sus letras y que es solventado con un inusual pero exquisito tratamiento metanarrativo en el que el músico describe sus interpretaciones en tiempo real. O la desesperación vivida por su pareja Alif al darse cuenta de que su trabajo nunca es tomado en serio por el hecho de ser mujer. Una aseveración que, no está de más decirlo, es desestimada por el músico.
Esta última preocupación no se queda aquí, sino que se manifiesta de lleno en toda la obra. Una mirada atenta a Rock Bottom deja ver que es el personaje femenino quien realmente lidera las acciones, pues su caída y posterior ascenso repercuten directamente en su contraparte masculina quien luce perdido en todo momento. Al menos hasta que la tragedia lo obliga a mirarse de frente con el mundo real. Y aun así, es inevitable que las miradas se centren en él.
Las intenciones tras esta construcción sobresalen aún más cuando recordamos que estamos ante un filme encabezado por mujeres, tanto en la dirección de María Trénor como en la producción de Alba Sotorra, quienes aprovechan a su protagonista para sacar a relucir una situación que continúa hasta nuestros días. Lo hacen, además, haciendo gala de sus propias virtudes artísticas.
La cineasta nunca se conforma con una narrativa convencional. Así lo manifiesta con una construcción en dos tiempos que lleva al público de ida y vuelta entre presente y pasado. La verdadera exquisitez, sin embargo, proviene de los viajes psicodélicos concebidos con abruptos cambios en las técnicas animadas, que pasan de la rotoscopia a lo experimental, y que, acompañados por algunos de los temas más icónicos de Robert Wyatt, capturan la ira que se acumula al interior de la dupla central al tiempo que nos adentran en su ruta hacia la autodestrucción.
Este tratamiento del arte tiene un doble mérito. El primero es su capacidad para llevar al terreno de las imágenes una serie de canciones icónicas que siguen generando fascinación hasta nuestros días, dando como resultado una poderosa metanarrativa en la combinación de música y animación. La segunda es la manera en que esto potencia el conflicto. Es aquí cuando Little Red Riding Hood Hit the Road sale a relucir una vez más, con Alif refiriéndose a los erizos en la letra para argumentar que “si seguimos juntos acabaremos por destruirnos”.
La minuciosidad en el detalle no se limita a estas secuencias, sino que se extiende a lo largo de todo el filme, al convertir momentos presuntamente ordinarios en cuadros poderosamente icónicos mediante el diseño, el uso de color e incluso el posicionamiento de personajes y elementos. La caída de Bob que cierra la secuencia inicial parece ubicada en un punto medio entre La última cena de Leonardo Da Vinci y la reinvención plasmada por Luis Buñuel en Viridiana; las inmersiones acuáticas resultan en un perfecto acompañamiento para muchos de los temas al tiempo que conceden una gran plasticidad al filme; la primera gran discusión entre nuestros protagonistas se da en una habitación que bien podría haber sido pintada por Vincent Van Gogh, y con los personajes estratégicamente colocados en rincones opuestos para dotar al conflicto de un carácter irreconciliable. Podríamos seguir, pero esto es sólo un ejemplo de la grandeza alcanzada por el filme.
Nadie dudaría en decir que música y cine son arte, pero extrañamente las nociones cambian cuando añadimos las respectivas categorizaciones de rock y animación. Dicho esto, puede que el mayor logro de Rock Bottom sea precisamente este: exaltar las cualidades individuales de dos expresiones tan poderosas como incomprendidas, así como refrendar una vieja alianza cuyas posibilidades conjuntas no entienden de límites.