El de Quase me Lembro es un caso curioso. Una obra de corte narrativo que deambula en la línea de lo experimental. ¿O es acaso una obra experimental que coquetea con lo narrativo? Las categorizaciones son lo que menos importa, pues lo verdaderamente relevante es que se trata de un cortometraje altamente singular y que exige ser visto como tal. Prestando atención a las acciones, pero también dejándose llevar por cada uno de los elementos presentados.

Bastan sólo unos segundos para que las intenciones de la obra empiecen a manifestarse. Una cámara subjetiva que nos conduce de una manera estrepitosa, casi violenta, al interior de una casa. El primer vistazo a la fachada es suficiente para percatarnos que la inmersión no será placentera, ya que el exterior del inmueble asemeja un rostro atormentado. Un pronóstico que no tarda en cumplirse con la rememoración de un pasado tremendamente doloroso. Uno cíclico y que por consiguiente no deja de pesar. Todo esto, desde la vista de un ave que funge como hilo conductor, operando por momentos como los ojos de la audiencia y por otros como un guía para el dantesco escenario.

Si hay algo que aplaudir a la dupla integrada por Dimitri Mihajlovic y Miguel Lima es su destreza en el tratamiento de los elementos simbólicos. Quase me Lembro tiene varios, pero hay dos que sobresalen por su recurrencia y poderío. El primero de ellos es la casa, que da tangibilidad a las memorias de un tiempo que se ha ido, pero que de un modo permanece de pie. Para ello, los artistas se apoyan en pilares del gótico con la construcción de un inmueble que no sólo es oscuro, sino que parece absorber cualquier tipo de luminosidad; es también laberíntico en espacios y en perspectivas que buscan la confusión en los recorridos; por momentos se torna incluso espeluznante ante las sombras del pasado que se asoman como los únicos habitantes.

La casa también es más que una construcción. Es la representación del país como el hogar y por ende, de naciones manchadas por culpas históricas que siguen pesando en el imaginario. En el caso concreto del cortometraje, el énfasis que los autores ponen a una serie de máscaras de tipo africano invitan a pensar en las Guerras de las Colonias cuyas secuelas siguen impactando hasta la actualidad. Esto y los contados, pero intensos diálogos que aluden a la pérdida, a la muerte y a la incapacidad para dejar ir.

Una situación que conecta de lleno con el ave, un ser que irradia belleza, inocencia y libertad, al menos hasta que su continuo deambular por el inmueble va difuminando cada una de estas cualidades. Hay momentos en que las alas parecen pesarle y los objetos sujetarle, hasta que su capacidad de vuelo que se ve cortada con trágicas consecuencias.

Todas estas propiedades se ven enriquecidas desde el más exquisito tratamiento audiovisual. En el terreno estético, la paleta en distintos matices de gris es clave para trasladar las acciones al pasado como si de un blanco y negro se tratara, pero también para crear una atmósfera opresiva, ya sea con recorridos por todo tipo de espacios oscuros o con el uso de negros que enmarcan las acciones. Especial atención a los tonos claros, que prescinden casi completamente de los blancos más convencionales para decantarse por un color hueso cuya palidez remite a una humanidad que se deslava ante la crudeza de la vida. Por su parte, la combinación de técnicas análogas y digitales nos adentra en un mundo que deambula entre lo onírico y lo pesadillesco, pero sobre todo uno brillantemente artístico que parece moverse entre la línea de la acuarela y el carboncillo. Transiciones deliberadas que ayudan a la creación de las sensaciones más erráticas y que aunadas al uso recurrente de cámaras subjetivas, nos convierten en esa ave que es incapaz de abandonar el espacio maldito.

Aunque si de sensaciones se trata, no podemos dejar de hablar del sonido. Un mínimo de diálogos y el continuo trinar del pájaro, ambos marcados por ese eco que caracteriza a los espacios vacíos. Una cátedra del sonoro que resulta determinante para la inmersión total.

Lo decíamos al inicio de la crítica: el de Quase me Lembro es un caso curioso. Es un corto memorable, pero sobre todo una experiencia brutal que exige ser vista, celebrada y reflexionada. Una que quizás ayude a digerir un pasado que no deja de doler y con ello, a dejar atrás la oscuridad en busca de un futuro luminoso.