Si hay algo que sobresale de Operación Frankenstein de José María Fernández de Vega es lo estupendamente bien que entiende la mitología del moderno Prometeo. Después de todo, han pasado más de dos siglos de la publicación de Frankenstein la novela de Mary Shelley sigue sobresaliendo por su don de la vida. La que obtiene el monstruo a manos de su creador, la que adquiere la publicación tras convertirse en un clásico imprescindible de la literatura universal, así como la que le concede la metanarrativa que le ha permitido vivir por generaciones en el imaginario colectivo.

La adaptación del libro infantil homónimo de Fermín Solís fusiona todas las anteriores con la historia de tres niños empeñados a construir su propio monstruo. Este deseo los lleva por una alocada búsqueda de piezas y los más descabellados intentos para darle vida. Un envoltorio que parece sólo para niños, cuando realmente tiene todos los argumentos para garantizar la fascinación del público adulto.

Lo del primer público es fácil de apreciar en un corto que replica con absoluta fidelidad la estética y la prosa de la obra anteriormente mencionada. Su trazo es sencillo, su imagen es colorida y su trama ágil. Lo del segundo es más interesante por la amplia gama de referencias que se aprecian en todo momento. Las relacionadas con la mítica franquicia de Universal Monsters son fáciles de detectar, como son la película dirigida por James Whale y protagonizada por Boris Karloff, la representación del servil Igor por parte de uno de los niños, y la inconfundible peluca portada por Elsa Lanchester para su encarnación de la novia. Incluso las sonoras con mezclas que remiten de lleno a estos clásicos del terror y la ciencia ficción. Más sutiles, pero no menos disfrutables son aquellas que miran más allá del monstruo.

La más elegante de todas es sin duda la construcción burtoniana. No en lo visual que ha sido replicado por tantas obras a través del tiempo, sino en lo narrativo que es menos recurrente. Consciente de que dar voz propia a los personajes cambiaría todas las sensaciones, Fernández de Vega se decanta por de un narrador en la voz Antonio Esquivias, cuyo trabajo genera dramatismo sin perder de vista la diversión con las ocurrencias de la tercia protagonista. Una fórmula profundamente literaria que ha sido abrazada por el cine en numerosas ocasiones, siendo Vincent a cargo del ya referido Tim Burton la más celebrada de las últimas décadas. Curiosamente, también con la historia de un niño obsesionado con el terror y en este caso con el actor de Vincent Price quien prestó su voz al proyecto.

Tampoco podemos dejar de hablar de lo que hace por el terror. No es un cortometraje diseñado para generar miedo, por lo que difícilmente puede catalogarse de terror infantil, lo que no le impide aprovechar sus bases para incluir algunos elementos propios del género como serían el científico loco y las casas malditas. Elementos que de nueva cuenta contribuyen a dar solidez a la trama, que son un deleite para el público adulto y que pueden ser decisivos para que los más pequeños se interesen por otro tipo de proyectos.

Todos estos guiños son igual de disfrutables, pero sobre todo son igual de importantes, ya que contribuyen a exaltar el tema central del cortometraje. No es la creación de vida como en el Frankenstein original, ni mucho menos los esfuerzos del ser humano por imitar a Dios, sino lo increíble de la imaginación infantil. Hablamos de tres niños que dan vida a su monstruo, no desde la ciencia sino desde la fantasía. Los resultados del experimento son lo que menos importa, pues como bien se dice y se confirma, la tercia siempre está ideando algo. El encanto radica en el viaje y todo lo que esto representa, que va de la aventura al desafío directo al mundo adulto que se ve engañado en más de una ocasión por el ingenio de los más pequeños.

Operación Frankenstein es un corto para niños que todo adulto debe ver, ¿o quizá sea un pensado para los adultos pero que también puede ser disfrutado por niños? Poco importa el orden y eso es parte de lo maravillo de este trabajo. Lo relevante es que se trata de una historia rica en su construcción y sus mensajes. Y por supuesto, también un dignísimo exponente al legado de Frankenstein al aprovechar las bases de la novela original, pero sobre todo al demostrar que la curiosidad humana invariablemente conduce al poder del descubrimiento. Mary Shelley estaría orgullosa.