Crítica: Mariposas negras
Un filme inclasificable que sobresale por sus mensajes duros y directos, pero también por sus continuas muestras de empatía al dar voz a quienes no la tienen.
10 de diciembre de 2024Por Luis Miguel Cruz
La mariposa es un símbolo poderoso. Casi siempre apunta a la transformación desde el interior, a menos que sus colores indiquen lo contrario. En el caso del negro, alude al dolor, la tragedia y la muerte. La mariposa también se ha convertido en uno de los mayores indicadores del cambio climático, pues este ha obligado a la especie a modificar sus ciclos de vuelo para garantizar su supervivencia. Esta dualidad inusual, mezcla de lo poético y lo científico, se deja ver en toda la esencia de Mariposas negras.
El director David Baute ofrece un filme inclasificable que combina el carácter informativo del documental y la ficcionalización propia de la dramatización, todo esto con un exquisito tratamiento animado. Rompe de este modo con los cánones establecidos para dar una pieza que impacta desde distintos frentes para hacer ver que el cambio climático es una realidad, que nos ha alcanzado y que está cerca de alcanzar un punto de no retorno.
Para lograrlo, el realizador retoma a las protagonistas de su documental Climate Exodus (2020), tres mujeres que perdieron todo por el cambio climático y que debieron migrar en busca de una nueva vida. No debe verse como una precuela o secuela, sino como un complemento que contrasta sus vidas antes de la catástrofe con su conversión en supervivientes de un mundo al borde del colapso y víctimas ignoradas por un sistema que no hace nada por ayudar a los afectados por estas situaciones. La información presentada hacia el desenlace es clara: “se estima que actualmente hay más de 200 millones de desplazados forzosos a causa del cambio climático. A estos migrantes no se les reconoce el estatus de refugiado puesto que sus motivos no están contemplados por la Convención de Ginebra”.
Dicho esto, es importante resaltar que Mariposas negras pone al cambio climático como eje central de las acciones, pero también lo utiliza como punto de partida para explorar una serie de problemas sociopolíticos que conectan directamente con la crisis. Ahí están los ha mencionados refugiados, pero también la inoperancia de las instituciones que han sido rebasadas, la violencia de género que padecen muchas mujeres en su busca de una vida digna, las guerras por la disputa de territorios y recursos, la intensificación de la pobreza, la burocracia que entorpece la búsqueda de soluciones e incluso la falta de empatía del grueso de la gente que prefiere voltear hacia otro lado que encarar a las víctimas que ponen rostro a un dilema que tarde o temprano terminará por afectarnos a todos.
David Baute no transmite este mensaje desde esa objetividad que tantos debates ha generado cuando de documentales se trata, sino desde una verdad de la que no hay escape. Una decisión atinada con la que nos pone en los zapatos de su tercia protagonista para obligarnos a compartir su dolor y su desesperación en un calvario que parece no tener fin. Una estrategia dura pero necesaria para impactar de lleno en las audiencias en la busca de un cambio que se torna más urgente con cada día que pasa.
No deja de ser curioso que una producción de esta naturaleza, concebida para remover en lo más profundo de nuestras entrañas, se presentada en un envoltorio tan hermoso. Pepe Sánchez y María Pulido realizan un trabajo excepcional en la dirección artística que se manifiesta de lleno en los momentos de máxima tensión con alteraciones estéticas que son aprovechadas para exaltar el caos y que reforzadas por los movimientos de cámara generan una auténtica sensación de inestabilidad. Clara Martínez Malagelada, por su parte, ejecuta una edición de primer nivel al momento de entrelazar tres historias con elementos comunes pero cuyas bases son muy distintas entre sí, al tiempo que moldea una obra de tiempos invertidos que inicia por las consecuencias para luego llevarnos a los inicios de cada caso.
Ni qué decir de la música a cargo de Diego Navarro, quien captura las distintas emociones enfrentadas por el tridente femenino para alzarse como una de las bandas sonoras más intensas de toda su carrera. El apartado musical cuenta con el importante refuerzo de Rubén Blades, cuyo tema Inmigrantes no sólo captura los temas y las sensaciones transmitidas a lo largo del filme, sino que invita a la reflexión con una letra poderosa que invariablemente obliga a pensar en las razones tras la crisis migratoria.
Todo esto deja ver que Mariposas negras sobresale por sus mensajes duros y directos, pero también por sus continuas muestras de empatía al dar voz a quienes no la tienen con la esperanza de que el mundo salga aunque sea por unos instantes de su ensimismamiento para entender que los afectados no son estadísticas ni reportes, sino personas cuyos sueños y esperanzas colapsan de la noche a la mañana. Una humanización que, de acuerdo a muchos especialistas actuales, no tiene cabida en el tratamiento formal de la información. Una aseveración extraña cuando recordamos que el pensamiento clásico del periodismo y sus derivados, como sería el caso del documental, concluye que un buen comunicador siempre debe trabajar para el bien de la sociedad. Una responsabilidad asimilada y perfectamente ejecutada por David Baute y todo su equipo.
¿El arte como noticia o la noticia como arte? Ryszard Kapuściński clamaba que “para entender hacia dónde vamos no hace falta fijarse en la política, sino en el arte. Siempre ha sido el arte el que, con gran anticipación y claridad, ha indicado qué rumbo estaba tomando el mundo y las grandes transformaciones que se preparaban”. Palabras que pueden ser difíciles de entender ante la devaluación cultural padecida en tantos lugares, pero que pueden ser brillantemente ejemplificadas con obras como Mariposas negras. Una producción cuyo objetivo final no es plasmar nuestra debacle como especie, sino invitarnos a abrir los ojos con la esperanza de cambiar al mundo.