Los grandes acontecimientos de la historia siempre terminan por llegar a la pantalla. Sólo en el último siglo pasó con las guerras mundiales y el 9/11. Ahora es turno de la pandemia, un salto que ha resultado sorprendentemente rápido. Tanto, que el grueso de las producciones estrenadas hasta ahora han colocado la inmediatez por encima de las reflexiones, dejando propuestas banales en muchos sentidos. Sin embargo, de vez en cuando uno se encuentra con apuestas tan bien ejecutadas que invariablemente invitan a recordar y meditar sobre lo sucedido, como es el caso del corto animado Los días que (nunca) fueron.

Irónicamente, para lograrlo los directores Kevin Iglesias y Pedro Rivero se olvidan de virus y pandemias. En vez de ello, se inclinan por la fantasía con un fenómeno cósmico tan inusual que casi parece sobrenatural. Una decisión profundamente arriesgada, pero que funciona porque es capaz de garantizar la identificación desde el recuerdo con todos aquellos planes que nunca pudieron concretarse y que fueron reemplazados por el confinamiento. Básicamente lo que narra el título.

De esta inusual mezcla surge una obra igual de improbable que resulta muy difícil de definir por los cánones tradicionales. Sólo en cuestión de géneros es complicado decidir si estamos ante una historia de terror o una comedia negra. Esto es lo que menos importa, pues la única certeza es que nos encontramos ante una genialidad en muchos sentidos.

La dupla realizadora no sólo es capaz de llegar a la memoria, sino de estremecer con la exploración de un trauma colectivo, esto resulta especialmente atrevido por lo cercano de las acciones. Para ejemplificar la valentía, basta recordar lo mucho que batalló la industria cinematográfica por abordar los atentados contra el World Trade Center que terminaron convirtiéndose en un tema tabú. Lo ocurrido durante los puntos más críticos de la pandemia fue distinto, pero igual dejó sensaciones de miedo, angustia y dolor en más de uno.

Destaca también que no hay sutilezas en el modo de hacerlo. El tratamiento es directo y por consiguiente puede resultar duro por momentos. Sin embargo, la estrategia es clave para plantear una serie de cuestionamientos sobre nuestro accionar como individuos y como sociedad. Es aquí donde radica la riqueza.

Los días que (nunca) fueron no es una historia pandémica, sino de la humanidad y sobre todo de sus absurdos. Es un vistazo a todas las cosas que damos por sentado, aún a sabiendas de lo impredecible que es la vida y de lo poco que se preocupa por nuestros planes y nuestros sueños. Una existencia que puede cambiar en cualquier momento sin entender de razones y que hace que, a pesar de los millones de años necesitados para ser una especie dominante, sigamos teniendo la supervivencia como fin primario.

Es también una crítica a la obediencia ciega desde la aceptación sin la reflexión. La muestra de una sociedad pasiva que simplemente se deja llevar de una situación a otra sin detenerse a pensar en lo acontecido, lo que deja un círculo sin fin de sumisión.

Estos impactantes mensajes son promovidos con un excelente tratamiento de distintos elementos técnicos, empezando por el uso de la rotoscopia que propicia el realismo, pero sin sacrificar el carácter animado. Esto con la construcción de una atmósfera inquietante desde el rojo como color dominante y los posicionamientos extremos de la cámara. Finalmente, la inclusión de un narrador, cuya voz tan inquietante como irónica, nos guía por las distintas acciones que vemos en pantalla.

No sabemos qué le depare el futuro a la pandemia en cuanto a tratamiento audiovisual se refiere. Pero nos queda la certeza de que Los días que (nunca) fueron tiene lo necesario para ser considerada una pieza clave en la asimilación de un suceso que ha cambiado nuestra forma de vida para siempre.