El de Ice Merchants es uno de esos curiosos en los que uno simplemente no sabe qué esperar. La sinopsis, que lee “todos los días, un padre y su hijo saltan en paracaídas desde su vertiginosa casa fría, adosada a un acantilado, para ir al pueblo en tierra, muy lejos, donde venden el hielo que producen diariamente», sugiere una historia fría y distante. Las imágenes promocionales transmiten mejor la esencia del cortometraje, pero quedan muy lejos de preparar al público para lo que verá. Después de todo, la premisa básica que invita a no juzgar un libro por su portada bien podría decir que tampoco se debe prejuiciar un film por su avance, y Ice Merchants demuestra por qué.

El de João Gonzalez, director de The Voyager y Nestor, para nada puede ser etiquetado de frío ni distante. Todo lo contrario, es una historia que irradia calidez en cada uno de sus cuadros. Incluso en aquellos que reflejan lo gélido del escenario en que se desarrollan las acciones.

Si esto es posible es gracias a la enorme destreza con la que el portugués plasma la situación de un padre y su hijo que viven en el citado acantilado. Viven aislados del mundo, que no es lo mismo que solos, ya que cuentan el uno con el otro en todo momento. El pequeño muestra una gran curiosidad por el trabajo de su padre a través de las acciones más simples como vigilar que el hielo se congele adecuadamente; el adulto exhibe un profundo interés en su hijo al resguardarlo de todo peligro, contemplarlo en sus inocentes juegos y abrazarlo con fuerza en cada una de sus entregas.

Esto hace que, lejos de sensaciones de frialdad o vértigo, Ice Merchants irradie calidez y seguridad en todo momento. Un corto tan entrañable que casi dan ganas de verlo frente a la chimenea mientras se disfruta una taza de chocolate caliente.

Estas sensaciones no se limitan a la narrativa, sino que Gonzalez las exalta de distintas maneras. Primero con elementos simbólicos sumamente bien trabajados, los cuales sobresalen todavía más por tratarse de objetos tan cotidianos como gorros y tazas. Los primeros, usados por ambos personajes, se liberan con cada lanzamiento para cruzarse en el aire como si de caricias entre padre e hijo se tratara. La segunda, resguardada con recelo por el padre, demuestra el inquebrantable amor de una esposa/madre que ya no puede estar con los suyos.

A esto sumemos una sutil paleta de colores que no teme en contrastar los tonos fríos con los más cálidos. Al final, son estos últimos los que terminan sobreponiéndose y dando forma a las sensaciones que acompañan la historia en todo momento.

Caso similar al de la música, compuesta por el propio realizador que ha convertido sus piezas en un sello de su filmografía. En este caso, el tema es integrado por notas suaves que son complementadas por prolongados silencios. No hay altos extremos ni en el clímax, lo que erradica cualquier sensación de peligro para reemplazarla por el confort.

Ice Merchants es un corto memorable y un paso decisivo rumbo a la madurez realizadora por parte de João Gonzalez. Pero es, por sobre todas las cosas, un proyecto profundamente reconfortante, tanto que por momentos nos hace sentir como si lejos de un film, se tratase del más tierno abrazo de un ser querido.