La tecnología ha hecho del mundo un lugar más pequeño, pero también uno más complejo en muchos sentidos. Flashlight no necesita avanzar mucho para enfatizar este punto, sino que lo hace desde unos créditos iniciales que muestran a una niña hacker que se convierte en una auténtica guerrera digital. Una decisión inusual y arriesgada que deja claro que estamos ante una serie diferente, pero también una muy necesaria para los tiempos que corren.

Como muchas otras producciones antes que ella, sustenta sus bases en las distintas inquietudes que acompañan al más reciente desarrollo tecnológico. Una exploración que va del robo de información a la exploración del metaverso. Y claro, la reivindicación del hacker, dejando muy en claro que así como muchos usan sus dotes para el beneficio propio, otros lo hacen para tratar de ayudar al prójimo. Su diferenciación radica en el modo en que lo hace. Con aventuras y humor, pero también con una buena dosis de intriga. Es así como la producción encabezada por David Andrés Mesa concibe una fórmula tan improbable como atractiva para el público preadolescente y de adolescentes jóvenes al que va dirigida.

Flashlight muestra la luz del mundo real y digital, pero no vacila en ahondar en la oscuridad. Lo primero es desde las caras públicas, como serían la escuela a la que asiste la protagonista y la plataforma académica donde ensaya su programación. Lo segundo desde lo privado, lo que puede apreciarse en un hogar regido por la alienación familiar y una red afectada por su propio inframundo criminal.

Para combatir esto último, nuestra protagonista va más allá de la programación, pues recurre a un avatar con el que pelea directamente con los cibercriminales. Combina el reino de los superhéroes desde una heroica alianza que combate la delincuencia en la red, diseños que remiten a clásicos nipones del animé, el videojuego o incluso la acción real como Astroboy, Mega Man y Power Rangers, y salpicada con elementos del thriller con tenues, pero claras alusiones a shows como Mr. Robot e incluso Black Mirror. Eso sí, a diferencia de la visión pesimista de estos dos últimos títulos, la producción colombiana siempre mantiene un aura positiva ante la tecnología, lo que puede apreciarse en el nombre del mundo virtual, Pangea, que apela a la unión.

Igual de trascendente es que, a pesar de la relevancia que da a lo tecnológico, nunca descuida el lado humano. Esto con la representación de problemas surgidos de la innovación, como sería el caso de la alienación, pero también con la exploración de otros más añejos como el bullying. Esto último es irónico, pues demuestra que cada avance trae beneficios, pero también implica una serie de incontables desafíos. Unos son nuevos, pero muchos otros son heredados y adaptados al mundo hiperconectado en que vivimos. Internet, redes sociales, inteligencia artificial, metaverso… la historia se repite con cada nuevo salto y lo más grave es que la humanidad se ha obsesionado tanto en lo que viene que raras veces se detiene a pensar en los dilemas pendientes de resolver.

En este sentido, tampoco está de más enfatizar la elección de un personaje central femenino. Una decisión importante que busca erradicar los viejos estigmas favorecidos por la ficción a lo largo del tiempo y que suelen priorizar a los hombres para este tipo de roles. Algo que en este caso aplica para los expertos computacionales, pero también para los defensores de la justicia. Esto, además, rindiendo homenaje a una pionera en programación y quien estuvo al mando de la misión del primer aterrizaje en la Luna como es el caso de Margaret Hamilton, cuyo nombre sirvió como inspiración para el de la protagonista Márgara.

Muchas de las dualidades de su trama también pueden apreciarse en lo técnico, con el contraste entre reinos francamente coloridos que invitan a la esperanza y otros más oscuros que remiten al misterio propio de mundos familiares que en realidad están llenos de secretos e incluso de amenazas. Aunque si de diseño se trata, quizá lo más sobresaliente sean los héroes y villanos, cuya combinación de elementos extraídos de comics y videojuegos resulta en personajes dotados de una esencia muy propia.

Flashlight es un show que presume calidad, pero también una capacidad de expansión impresionante que incluso va más allá del confirmado videojuego. Tanta, como los terrenos digitales que explora y que no entienden de fronteras. Pero mientras esto último se concreta, es sobre una historia necesaria. Una que, sin descuidar nunca a su público objetivo, es madura en muchos sentidos, especialmente en su capacidad para generar todo tipo de reflexiones que lucen más urgentes que nunca.