En los últimos años hemos atestiguado diferentes esfuerzos de la cinematografía mundial por plasmar las adversidades que enfrenta el género femenino en un mundo concebido por y para los hombres. Hemos visto de todo, acoso, brechas, violencia y aun así queda mucho por hacer para garantizar una vida mejor. Isabel Herguera lo demuestra con El sueño de la sultana, que lejos de inclinarse por pesares concretos, se inclina por las sensaciones que padecen diariamente las mujeres sin distinción de edad o nacionalidad.

Mucho se ha hablado de la novela homónima de Rokeya Hussein que inspira este largometraje. Un país que alcanza la utopía bajo el mandato femenino y con la permanencia masculina en el hogar. Esto último ante el argumento de que si son los hombres quienes representan una amenaza para sus contrapartes, ¿por qué tendrían las mujeres que pagar por ello? No esperen una adaptación ni siquiera a pequeña escala, ya que la obra publicada en 1905 es más bien un punto de partida con el que la directora española busca demostrar lo lejos que estamos de encontrar algo cercano a un punto de equilibro en el que todos podamos coexistir con equidad y seguridad.

La cineasta lo logra con una narrativa compleja y bien construida que nos transporta por cuatro territorios. El fantástico de la obra escrita, el pasado que explora la historia de su autora y el otro que extrae al público de lo conocido al trasladar las acciones hasta India, contrastan a su modo con el ordinario que es representado por la realidad del occidente contemporáneo. Los dos primeros son, curiosamente, los que tienen menos minutos en pantalla, pero también los que más sobresalen por sus peculiaridades: el literario comparte los detalles de la publicación y presenta los argumentos de su autora sobre por qué las mujeres debían tener un mayor peso en las sociedades; el semibiográfico permite conocer la vida y obra de Hussein, y de este modo rinde honor a una figura femenina decisiva, pero poco conocida en occidente, con lo que se contribuye a la supervivencia y propagación de su mensaje.

Todos son distintos, pero a su vez son iguales. Coinciden en la finalidad de contar la historia de una mujer sumida en una profunda crisis existencial y sentimental, y que sólo encuentra el rumbo cuando accidentalmente se cruza con una copia de la obra que da título a esta cinta.

El círculo metanarrativo se cierra con elegancia ante la profesión del personaje central, una directora de animación, y el uso de hasta cinco idiomas distintos, incluyendo vasco y español. Elementos que no deben ser tomados a la ligera, pues dejan ver los deseos de Isabel Herguera por llevar esta historia a buen puerto, pero también sus esfuerzos por garantizar su universalidad. El objetivo es claro: demostrar que las desigualdades van más allá del tiempo y el espacio, lo que hace que los cambios sean cada vez más urgentes.

Un mensaje así de tajante y poderoso siempre sería difícil de mandar, especialmente en una época como la actual, regida por las dualidades y la intolerancia. La española lo logra sin necesidad de caer en ningún tipo de provocación entre las partes, ya que lejos de señalar a un enemigo, aprovecha cada ocasión para enfatizar las injusticias históricas padecidas por el género femenino y la necesidad de erradicarlas para siempre, apelando siempre a la identificación, o en el caso de los hombres, a la comprensión. El mejor ejemplo se da durante una secuencia en el que una india comparte con la protagonista su pesar por la desaparición de una prima, una confidencia que la lleva a preguntar si las mujeres viven seguras en Europa. El desencanto es mayor ante la respuesta: no existe tal sitio en el mundo.

Estéticamente hablando, El sueño de la sultana es un audiovisual digno de un museo. La producción resalta por su arte en acuarelas, pero también porque en mayor o menor medida, los distintos personajes han sido creados para emular marionetas indias. Un diseño que varía dependiendo de la narrativa en que nos encontremos: el más evidente puede apreciarse en el mundo de la novela donde sólo hay bordes sin perspectivas; el más sutil en la realidad donde apenas se aprecia un efecto óptico en las extremidades.

Hay quienes dicen que el arte puede cambiar al mundo. Nosotros estamos convencidos de que es así. Es imposible saber cuánto tiempo tomará alcanzar los ideales por el que tantas mujeres han luchado, pero confiamos en que ese momento llegará. Películas como la de Isabel Herguera hacen que la meta se sienta ligeramente más cerca.