Abismo y desconcierto. Actualidad de la animación experimental en Colombia
Colombia ocupa un lugar preponderante en la historia de la animación experimental, por la cantidad de producción y por todo lo que se ha profundizado al respecto
16 de mayo de 2024Por Samuel Lagunas
La animación experimental es una de las pocas artes con futuro. No me refiero a que si un huracán apocalíptico arrasara con la cultura, la animación experimental sería una de las pocas expresiones con méritos para sobrevivir. Aunque tal vez sea así. Pienso, más bien, en el futuro como ese horizonte de apertura a lo imposible, esa grieta que nos permite salir del amordazado presente en el que nos encontramos e inmiscuirnos, de modo furtivo, en otros cuerpos y en otros mundos donde el desconcierto y lo imprevisible acampan con libertad. Y en momentos históricos como los actuales, en los que somos asediados continuamente por la planeación y el cálculo, y la razón aspira de nuevo a someter todos los campos de la vida humana, la incertidumbre del juego y el magma de la imaginación son un descanso y una rebelión.
La animación experimental es como una vía que se extiende apresurada por la mutante vorágine de las ciudades hasta alcanzar el límite del territorio: el abismo. La animación experimental es el abismo y, al mismo tiempo, es la mano que nos mueve hacia él.
En Iberoamérica, Colombia ocupa un lugar preponderante en la historia de la animación experimental. No sólo por la cantidad de producción que se hace cada año en ese campo, sino por el interés que ha habido en la catalogación, difusión, exhibición, enseñanza e investigación al respecto, algo casi inusual en el resto de los países de la región. Las películas experimentales que en industrias consolidadas como las de Argentina, Brasil o Chile aún son una excepción, en Colombia ya son parte de una profunda y encarnada tradición.
Porosa Animación, el colectivo conformado por Carla Melo Gampert, Diego Felipe Cortés y Andrea Muñoz Álvarez, es uno de los últimos eslabones en esta historia de producción y custodia de la animación experimental colombiana. Tras una primer muestra en 2022 y un taller de animación análoga en 2023, el pasado 25 de abril de 2024 inauguraron su segunda muestra titulada propiciamente Cuerpo de un tercer mundo, que reunió alrededor de 60 cortometrajes de América Latina organizados en seis programas que se exhibieron en la Cinemateca de Bogotá hasta el 1 de mayo de 2024.
Radix estuvo presente en el encuentro y se me ocurre imaginar que lo que vimos en pantalla durante esos siete días fue el trazo de un mapa, el delineado impreciso de una inmensa habitación por la que Melo, Cortés y Muñoz han empezado a caminar. Porque las muestras de cine, así como las antologías literarias, establecen una postura frente al pasado y enuncian también un manifiesto hacia el futuro. En ellas se dice -y se contradice- un canon. Son un intento de situar la propia obra en el vendaval del tiempo y del espacio. Este texto, no está demás decirlo, es un ejercicio bastante personal de esbozar una ruta en medio de ese mapa.
Los comienzos: María Paulina Ponce de León, Carlos Santa y Cecilia Traslaviña
Si todo tiene un comienzo, podría pensarse que la historia de la animación experimental en Colombia inició con los cortometrajes que Carlos Santa realizaba en las habitaciones de su casa hacia fines de los años 80. Sería, desde luego, bastante caprichoso afirmarlo con tanta inflexibilidad. Sin embargo, sí percibo que desde ese momento se ha logrado sostener un impulso creativo y comprometido que no ha hecho sino expandirse con los años.
Por eso, la inclusión en la muestra de un cortometraje anterior a las primeras obras de Santa ha resultado una grata revelación. Me refiero a El susto (1986) de María Paulina Ponce de León. Si bien esta obra ya había sido recuperada en el número especial que los Cuadernos de cine colombiano dedicaron a la animación en 2014, hacía bastante tiempo que ésta no se proyectaba en salas de cine. La película de quince minutos es de un encanto absoluto. Una mujer decide enfrentar su miedo de atravesar un callejón oscuro y en esa aventura asiste a una dislocación completa de su tiempo y de su espacio. El stop motion reemplaza a la imagen viva para revelar una dimensión más profunda del ser marcada por la falta de lógica, por lo absurdo, lo cómico y lo esperpéntico. La cotidianidad revela sus pliegues ocultos gracias a la animación y al mismo tiempo la animación sirve para reclamar el derecho a poseer sin miedo un espacio propio, sin dejar de lado que aquello que nos asusta encierra un gesto ambiguo de fascinación.
De Carlos Santa, cuyo nombre y presencia gravitan entre las conversaciones y entre las imágenes de los animadores más jóvenes, podemos rescatar cualquiera de sus películas, pero me interesa mencionar aquí El jardín de los secretos (2015), un cortometraje en el que la exploración de la plasticidad del movimiento es de una especificidad inquietante. Está claro que todas las preguntas en cuanto a la técnica y los juegos con los materiales que ha hecho Santa han sido semilla del presente; aunque también es cierto que su espíritu crítico (heredero de Marcuse y los situacionistas franceses) parece haberse extraviado en la herencia. Esas diatribas contra la televisión y la masividad del arte-espectáculo que encontramos en La selva oscura (1994) parecen ya no tener tantos continuadores, de ahí que un cortometraje como Fantasía a 2000 (2017) de Sebastián Villamil en el que las princesas de Disney se mueven paródicamente a ritmo de cumbias colombianas haya sido bastante bien recibido entre la audiencia y al mismo tiempo pueda ser enlazado con el icónicamente mal hecho Cuyrata ataca a Mickey Mouse (2013) del peruano Christian Trujillo.
Melo, Cortés y Muñoz se refieren continuamente con agradecimiento y homenaje a la obra y la labor pedagógica de Cecilia Traslaviña. Sus cortometrajes, que escarban en la intimidad a partir de la recurrencia de la figura/símbolo de la casa, son un claro ejemplo de las posibilidades y los límites de la animación en stop motion y de cómo el cuerpo humano se desmaterializa y al mismo tiempo adquiere una nueva textura gracias a la fabricación y al hallazgo de los objetos y personajes que protagonizan la película; además, su aguda labor como investigadora y su incansable profesionalismo en la docencia en la Universidad Javeriana la convierten en una de las figuras más relevantes en el panorama de la animación experimental colombiana actual.
Figuras de transición: Juan Camilo González, Bibiana Rojas Gómez, Carlos Gómez Salamanca y Kimberly Forero-Arnías
Junto a Cecilia Traslaviña, el nombre de Juan Camilo González es indispensable en esta genealogía. Co-responsable del proyecto Moebius Animación, el sitio de internet más importante de animación latinoamericana que alberga cientos de cortometrajes experimentales, también ha dirigido cortometrajes como SiSiSiSiSiSiSiSiSiSiSi (2011), en el que la repetición desnuda el movimiento de los cuerpos y simultáneamente completa su existencia. El tiempo cíclico se convierte en protagonista de la animación al ser únicamente a través de la superposición de duraciones que la repetición deja de ser fugaz y alcanza fugitivamente, más allá de cualquier significado o forma definitiva, la belleza de la permanencia.
Carlos Gómez Salamanca tiene un lugar especial por ser acaso quien se ha aferrado a un compromiso político radical con la técnica que se echa de menos en las generaciones más jóvenes. En Lupus (2016), por ejemplo, el evento fatídico de unos perros que asesinaron al cuidador de una construcción es contado de forma brumosa, con pinceladas ásperas que invisten el episodio de un carácter turbio y ominoso. Al mismo tiempo, la crítica a las prácticas corruptas gubernamentales e inmobiliarias se presenta sin disimulo. Algo similar ocurre en Yugo (2021) donde, de forma casi mágica, los desechos industriales se convierten en la arcilla que el artista emplea para contar la historia y evidenciar las heridas que la explotación laboral en las fábricas deja sobre el cuerpo de los trabajadores, muchos de ellos migrantes provenientes de zonas rurales y campesinas.
Entre Gómez Salamanca y los nombres más jóvenes, ubico la obra de Bibiana Rojas Gómez, quien con sus Postales en movimiento (2014) evidenció la capacidad de la animación para construir imágenes y sonidos que bien pueden calificarse como realismo abstracto y que desestabilizaron desde hace una década las nociones tradicionales del documental animado. De ella, pudimos contemplar un ejercicio de animación en vivo durante la inauguración de la Muestra en donde quedó clara su vocación transgresora y su sensibilidad para convocar ritmos inesperados.
En la muestra se dedicó un programa a la obra de Kimberly Forero-Arnías, artista colombiana radicada en Boston. Sus cortometrajes desfilaron de forma familiar e iluminadora. Con reminiscencias del cine diario de Jonas Mekas, Naomi Kawase y Alan Berliner, obras como Hay algo y se va (2013) o Kneading (2014) alteran e intervienen fotografías, videos domésticos y álbumes familiares descomponiendo las imágenes, los sonidos y diseminando su significado hasta el borde de la evanescencia y lo espectral. Lo que se juega entre los fotogramas es la persecución obsesiva de aquellos retazos de identidad que van quedando sueltos entre las imágenes remotas, presentes y futuras. Sin duda, la obra de Forero-Arnías merece mucha más atención y análisis, y esta muestra sin duda posibilitará que nuevas miradas se acerquen a ella.
Rituales y sueños: la Generación Porosa
Nacidos entre 1994 y 1998, Melo, Cortés y Muñoz se han convertido en portavoces de una generación de artistas y animadores colombianos caracterizados por la hibridación, la multidisciplinariedad y la permeabilidad ideológica. Son artistas que no temen navegar en las olas de la industria y sacar provecho de ella, a la vez que están aprendiendo a jugar con las reglas de las burocracias culturales, y tratando de mantener redes de amistad y trabajo colaborativo, sin perder por completo el espacio para que cada quien desarrolle su propia voz y estilo.
“Con Porosa hemos querido generar un parche, un espacio de discusión entre amigos para pensar el cine que nos gusta hacer y el que nos gusta ver”, asegura la tercia. “Sentimos que Porosa habla de los lazos intelectuales, académicos y afectivos que hemos ido construyendo en la medida que vemos películas”.
Con un lenguaje estético más cercano a las artes plásticas y visuales que al cine mismo, películas como La perra (2023) de Carla Melo, Cuerpo de esta sombra (2024) de Andrea Muñoz y Gloria (2022) de Diego Cortés, Daniela Briseño y Blanca Castellar coinciden en preguntarse por los valores y las texturas de los cuerpos de las mujeres a través del símbolo, la metáfora y la alegoría. Con rasgos y comportamientos animales o monstruosos, este tríptico de cuerpos al límite de su forma nos de vuelve una mirada inclemente sobre nuestra propia condición fragmentada y azarosa, pero al mismo tiempo, nos sitúa en un horizonte donde la compañía de otros cuerpos semejantes es capaz de disminuir los dolores del trauma y de la enfermedad. Tal y como refiere Carla: “con la animación uno logra acercarse a lugares muy íntimos, pero también muy plásticos, uno logra ver en un nivel macro, pero también desde la corporalidad. Hablar del poro es darse cuenta de cómo se filtra el cine, el arte y la vida en la animación. La animación es como un cuerpo, no un género”.
En entrevista con los tres, pude escucharles hablar sobre la importancia de ejecutar y contemplar el proceso de la animación como si se tratara de un ritual, no sólo por su belleza, sino también por su rigor, su contigüidad con el trance por los movimientos repetitivos del cuerpo al momento de animar, y su capacidad chamánica, tal y como lo pensaba también el animador checo Jan Švankmajer.
Así lo explican Andrea y Diego: “La animación es un proceso que uno descubre en la medida en que lo hace. No tenemos la necesidad de tener un guion muy rígido previo, ni un storyboard. Nos hemos acercado a ella desde el experimento, desde el accidente, desde el descontrol, desde la equivocación, desde el no saber qué va a pasar. Eso generó mucha confianza en nosotros para hacer lo que queremos y descubrir en el movimiento la animación misma. Lo que hacemos no tiene que ser lindo ni necesariamente bien hecho. En realidad todo el mundo puede hacer animación”.
La dignidad del ritual de animar implica para este grupo de animadoras y animadores una consideración importante de lo visceral y del error, una apertura al descubrimiento que se traduce en una expectativa por la sorpresa, por el acontecimiento imposible; lo que no es otra cosa que el brote de ese tercer cuerpo que nace de la fusión entre el cuerpo del animador y el cuerpo de lo animado.
Junto a Melo, Cortés y Muñoz aparecen otros nombres indispensables en el panorama actual colombiano: Andrés Isaza, Juliana Hernández, María Chalela, Camilo Colmenares, Tahuanty Jacanamijoy, Angélica Restrepo, Julián Arias y el dúo Calderón y Piñeiros. Hay una dificultad intrínseca en describir y tratar de agrupar sus obras, muchas de ellas concebidas para espacios museísticos e instalaciones, antes que para ser exhibidas en salas tradicionales. De igual forma, no hay una continuidad temática, acaso meramente comparten un espíritu ávido de exploración del movimiento, de juego con los materiales y las superficies.
Esta Generación Porosa abraza el experimento y es abrasada por él. Los límites mediales se desanudan en sus obras y, al margen de cualquier comentario político convencional, se reivindica y se conjura lo extraño y lo inconmensurable como fuente de experiencia vital y radicalmente humana. La identidad es puesta en el centro, pero, gracias a la abstracción, trasciende lo humano incluyendo el entorno natural, las imágenes digitales, las formas geométricas, el mundo espiritual y onírico y los cuerpos de los animales. La animación se devela como una osadía, un riesgo, una llave de salida y entrada al mundo de los sentidos y de las emociones. Ese es el abismo que fascina y obnubila. El sueño que encanta y aterroriza.