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Las crisis del mundo desde la perspectiva animada

Guerras, xenofobia, refugiados... el mundo se ha tornado más complicado y la animación realiza cada vez mayores esfuerzos en busca de una solución.

20 de junio de 2022
Por Luis Miguel Cruz
Las crisis del mundo desde la perspectiva animada
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Mientras unos insisten en que la animación es sólo para niños, cada vez son más los que demuestran lo contrario. No con simples palabras, sino con acciones y más concretamente con el uso de la técnica para la realización de historias complejas que abordan algunas de las principales preocupaciones de todos los tiempos, muchas de las cuales se han agudizado con el paso de los años. Problemas sociopolíticos tan severos como la guerra, la xenofobia y la crisis de refugiados han sido abordados desde la perspectiva animada de manera cada vez más recurrente y uno no puede sino preguntarse las razones detrás de la tendencia.

Por décadas, estos temas fueron exclusivos de la acción real, más concretamente del género dramático y del documental. Quizá por su delicada naturaleza y por lo difícil que es abordarlos desde otros enfoques sin ofender susceptibilidades de ningún tipo. Más allá de algunas propuestas aisladas, la animación empezó a labrar su camino en estas narrativas durante los 80 con dos títulos provenientes de Japón, uno de los países más afectados tras la II Guerra Mundial. La primera fue Barefoot Gen (1983), adaptación del manga autobiográfico sobre un joven que sobrevive junto a su madre al bombardeo atómico de Hiroshima y sus esfuerzos por sobrevivir en medio de la destrucción; la segunda y más famosa es Grave of the Fireflies (1988) sobre la lucha de dos hermanos nipones por sobrevivir en pleno conflicto bélico.

En su momento, el director de esta última, Isao Takahata confesó que “no era mi intención darle a la gente la catarsis del llanto. Sin embargo, mucha gente dice ‘lloré mucho’ y algunos incluso dicen ‘lloré mucho y no quiero volver a verlo’”. Esto porque la película no fue ideada como una redención de los errores cometidos en el pasado, sino como una advertencia de un presente y un futuro que parecen condenados a caer en los mismos horrores. “Tenía la intención de representar al niño como un niño contemporáneo, en lugar de un niño en ese momento […]. Hice la película pensando en lo que sucedería si un niño de hoy en día fuera enviado repentinamente a esa máquina del tiempo. Entonces, no tenía la intención de que fuera retrospectivo o nostálgico”.

El cineasta no dudó en asegurar que, si no logró su cometido, fue porque algo falló en la película. Esto no evitó que Grave of the Fireflies sea vista como un clásico de todos los tiempos y como un referente de muchos otros cineastas que hoy recurren a la animación con el fin de retratar la crudeza del mundo en que vivimos.

Visiones animadas de un mundo en caos

El siglo XXI fue imaginado por muchos como una promesa de un mundo mejor, pero el sueño no tardó en romperse. Los atentados terroristas de 11 de septiembre del 2001 sólo aumentaron las brechas entre los individuos y entre las naciones, lo que invariablemente resultó en una cadena de problemas que siguen creciendo hasta nuestros días. Esto resultó en un auge del documental que no tardó en saturar a muchos por su franca crudeza. Fue entonces cuando la animación se convirtió en el canal perfecto para explorar todo tipo de crisis, valiéndose de sus distintas cualidades para la exploración de historias no imposibles, pero quizá menos poderosas desde la acción real.

Así lo considera Marjane Satrapi [vía], autora de la novela gráfica Persépolis y directora de la adaptación animada homónima al reconocer que “con la acción real, se habría convertido en una historia de personas que viven en una tierra lejana que no se parecen a nosotros.  Las novelas han sido un éxito mundial porque los dibujos son abstractos, en blanco y negro. Creo que esto ayudó a que todos se relacionen con ella […], es una historia universal”.

Caso similar al de The Breadwinner (2017), sobre una niña afgana que se disfraza de niño para sobrevivir en el régimen Talibán. Si la directora Nora Twomey se decantó por la vía animada fue porque “en un sentido crea una distancia y en otro sentido nos acerca al personaje porque como público nos acercamos y nos involucramos un poco más en el personaje. Cuanto más universal parezca el personaje, más podremos invertir en él” [vía].

Más allá del acercamiento, Satrapi recuerda además que “Persépolis tiene momentos oníricos, los dibujos nos ayudan a mantener la cohesión y la consistencia, y el blanco y negro también ayudó el este sentido, al igual que la abstracción del entorno”. Su obra no ha sido la última que recurre a secuencias ensoñadoras que deambulan entre el realismo y el fantástico. De hecho, esto último se ha convertido en un elemento muy común en este tipo de proyectos que mezclan la realidad que enfrentan los protagonistas con secuencias de ensueño que invitan a soñar con un mundo mejor.

“Tal vez el mundo fantástico es algo que no debemos perder cuando crecemos y la animación nos permite recuperarlo. Tal vez la gente así lo necesita”, asegura José Miguel Ribeiro en entrevista con Radix, para luego explicar que “en mi caso, me di cuenta de que estábamos haciendo una película en la cultura africana y angolana donde la conexión con la naturaleza es más profunda que en el mundo occidental. En Europa cuando hablas de esto es fantasía, pero en África es real. Me sentía obligado a entrar en ese terreno, de lo contrario no sería una película africana”. Es, en otras palabras, un canal para propiciar una identificación libre de prejuicios.

Jonas Poher Rasmussen hizo algo muy similar con Flee, documental que no sólo se valió de la animación para contar la historia de Amin, quien además de la guerra, debe enfrentar el hecho de ser homosexual en territorios regidos por la homofobia. En su caso, además, aprovechó la técnica para ocultar la verdadera identidad de su personaje central, quien sólo obtuvo el estatus de refugiado en Dinamarca tras mentir en su solicitud. Fue el único modo que encontró para salvar la vida.

“Realmente quería que la gente viera mi historia”, confesó Amin, de nombre real Ahmed [vía]. “Las historias que hemos visto sobre refugiados a menudo no abren caminos para que las personas se identifiquen con nosotros en general. Tenía la esperanza de que mi historia aportara algún tipo de matiz a esa imagen”.

Historias que importan

El mundo se ha tornado más enajenado, alienado y superficial que casi parece sencillo ver el sufrimiento ajeno sin siquiera inmutarse. Después de todo, son muchas las crisis sociopolíticas que parecen poco más que un segmento del noticiario. Problemas tan lejanos que por momentos parecen inexistentes. No lo son. A esto se suman los incontables prejuicios de esos sitios remotos que parecen sumidos en crisis sin fin. Problemas a los que es más cómodo dar la espalda, hasta que su realidad termina impactando de lleno contra un mundo en el que todos estamos conectados.

La animación se ha especializado en demostrar que estas historias importan. Las que sucedieron hace mucho y parecemos haber olvidado, como Where Is Anne Frank (2021) que se vale de la amiga imaginaria de la joven escritora judía para recordar que los horrores del pasado no se limitan a los museos, sino que continúan hasta nuestros días. “Uno de cada cinco niños aún está en peligro”, asegura su director Ari Folman [vía], hijo de supervivientes del Holocausto. “¡Uno de cada cinco! Esto no es sólo el pasado”. Por eso el realizador enfatiza la necesidad de las autoridades, pero también de la sociedad en general, de actuar.

Nora Twomey complementa explicando que “la animación tiene muchos beneficios para una historia como The Breadwinner. Podemos crear nuestra historia de manera que los niños sean conscientes de ciertos aspectos de la historia y los adultos de otros aspectos. Cuando los adultos se sientan a ver una película como The Breadwinner, inmediatamente surge una tensión porque saben sobre los talibanes y la historia involucrada por las noticias y tienen un conjunto de expectativas sobre lo que va a pasar, pero los niños no, miran un personaje como Parvana y ven dónde son similares y diferentes a ella, de modo que puedes tener a dos personas sentadas una al lado de la otra, separadas por una generación, teniendo dos experiencias completamente diferentes”.

La animación es cine y como tal, es un canal profundamente poderoso para contar todo tipo de historias. Incluyendo las más crudas que no siempre queremos ver, aun cuando necesitamos hacerlo al tratarse de voces que necesitan ser escuchadas.

“No creo que ninguna pueda cambiar lo que está sucediendo ahora”, asegura José Miguel Ribeiro, “son asuntos políticos los que necesitan cambiar […], pero tal vez influenciará el futuro. Seré feliz si nuestros filmes pueden contribuir un poco a que la gente del mundo sea consciente de lo frágiles que somos y que debemos dedicar tiempo y energía a la paz. No empezar la guerra, porque cuando empieza es muy difícil de terminar, incluso cuando ha finalizado continúa a través de la gente que estuvo ahí. Espero que el cine pueda contribuir un poco, aunque no creo que pueda cambiar el mundo, al menos es una pequeña contribución”.