Crítica: Bestia
Un cortometraje sumamente complejo que afianza a Chile como potencia en el terreno del cortometraje animado.
10 de marzo de 2022Por Luis Miguel Cruz
La dictadura es un tema recurrente en el cine chileno y aun así resulta imposible dejar de sorprenderse ante la variedad de historias relatadas. La animación ha contribuido de manera importante a la causa, siendo Bestia la más reciente adición a la lista.
El cortometraje dirigido por Hugo Covarrubias se centra en la figura, Íngrid Olderöck, agente de la Dirección de Inteligencia Nacional durante el periodo mencionado y responsable además de numerosas violaciones a los derechos humanos, muchas de las cuales involucraban perros. No es un acercamiento de tinte biográfico, sino más bien uno de tinte simbólico que pretende acercarse al monstruo –o como dice el título, la bestia– desde un lado más humano. Un reto mayor si consideramos las atrocidades cometidas, pero sorteado con enorme destreza gracias a que el realizador no lo afronta desde la victimización sino desde las dualidades que conforman la complejísima existencia humana.
Una mujer que conserva toda clase de recuerdos en sus paredes, muchos francamente inquietantes. Que aprovecha su hogar para mantener individuos cautivos. Que no duda en sentar a su perro a la mesa como si de otra persona se tratara, pero tampoco en adiestrar al animal para atacar sexualmente a sus víctimas. Es alguien indiferente al dolor ajeno, pero que invariablemente manifiesta su desencanto cuando las cosas no salen como las había planeado. Una persona que secuestra, tortura y mata, pero que también puede recibir este mismo tratamiento en una existencia francamente caótica.
El juego de dualidades se manifiesta también en las continuas colisiones entre la realidad y la fantasía. Ambas parten de la luminosidad, tanta que por momentos luce artificial e inquietante. Una sospecha que se confirma con el paso de los minutos en que todo va tornándose más oscuro y perturbador. Es entonces cuando el plano realista exhibe lo que se oculta al interior de un inmueble presuntamente como cualquier otro, mientras que el fantástico nos sumerge en sueños profundamente hostiles que reflejan la violenta existencia del personaje central.
Todo este tratamiento que se ve favorecido además por el estupendo uso del stop-motion. Covarrubias ya había aprovechado la técnica para sus anteriores proyectos, El almohadón de plumas (2007) y La noche boca arriba (2013), pero esta vez lo refuerza con un singular diseño sustentado en la porcelana que dota al cortometraje de una fortísima carga simbólica que resulta tan inolvidable como icónica. Es así como conocemos una Olderöck cuyas atrocidades cometidas parecen haberle privado de toda sensibilidad hasta convertirla en una auténtica bestia, así como un sinfín de víctimas cuya falta de rostro deja claro que no representan nada para ella, pero también refleja el destino de tantas personas asesinadas y desaparecidas en el anonimato, y cuyo paradero hoy sigue siendo incierto para muchos. La fragilidad de la vida misma ante la brutalidad del mundo.
Estas cualidades hacen de Bestia un corto inolvidable, pero también uno imprescindible. De esos que demuestran además la capacidad de la animación para afrontar, literalmente, cualquier historia. No menos importante es que se trata de un film que afianza a Hugo Covarrubias entre los cineastas más talentosos de su tiempo, que consolida a la animación chilena como una auténtica potencia en el terreno del cortometraje y que deja muy en claro todo lo que puede lograr la industria iberoamericana.