Crítica: Klaus
Una de las mejores películas animadas de los últimos tiempos y un clásico navideño inmediato.
20 de abril de 2022Por Luis Miguel Cruz
La Navidad es un tema recurrente en el cine iberoamericano y muy especialmente en su sector animado, al grado que ha sido protagonista de numerosos sucesos históricos al interior de la industria. Pocos tan gloriosos como lo hecho por Klaus, segunda película española nominada al Premio de lo Academia en la categoría de Mejor película animada –antes fue Chico y Rita (2010)– así como la primera cinta navideña en competir por un Oscar no técnico desde 1947 cuando Milagro en la calle 34 fuera incluida en la terna de Mejor película. ¿Merecía estas y las otras distinciones de las que fue acreedora? La respuesta es un rotundo sí.
La cinta nos introduce a Jesper Johansson, quien al ser hijo de una de las máximas autoridades postales, no vacila en descuidar sus responsabilidades como aprendiz de cartero. Esta desidia no pasa desapercibida para su padre, quien decide darle una lección de humildad y responsabilidad enviándolo Smeerensburg. No sólo es el pueblo más remoto de la región, sino también el más desafiante por la vieja enemistad que caracteriza a sus habitantes. Esto hace que la labor que garantizará su regreso a la comodidad de su hogar y que consiste en el envío de 6,000 cartas en un año, parezca una labor imposible. Y así lo es, al menos hasta que entra en contacto con un hombre solitario que le hace cambiar el rumbo de su vida y de todos los habitantes de la región.
Son muchas las razones por las que esta historia resulta sobresaliente, empecemos por las narrativas. Como buena película de la temporada, Klaus se caracteriza por una serie de mensajes que invitan a las buenas acciones. La diferencia radica en que lejos de inclinarse por las rutas más simplistas y admitámoslo, recurrentes, se decanta por la ruta de la reflexión. Por extraño que parezca, las más profundas no vienen del amor, sino del odio, ya sea entre personas, familias o pueblos enteros.
Para ello, la trama se apoya en los Ellingboes y los Krums, dos familias, o como ellos mismos se autoproclaman, clanes, que viven en conflicto desde tiempos inmemoriales. No es una exageración, pues incluso se ofrece un recuento histórico del rompimiento. Pero por curioso que parezca, los orígenes del mismo nunca son revelados. No es un hueco accidental en el guion, sino una omisión deliberada con la que el director Sergio Pablos manifiesta que estas emociones no suelen tener bases sólidas sino que más bien es un infame legado heredado por generaciones. Esto hace que su erradicación sea difícil, pero para nada imposible.
Así lo demuestran Jesper, Alva y el propio Klaus, con acciones modestas pero tan nobles a favor de los niños y que invariablemente terminan por romper el círculo vicioso que aqueja al pueblo. Una carta, una clase o un juguete, pero que para un pequeño representa la ilusión de un mañana mejor. Es así como inicia otra cadena, o como ellos mismos dicen: «un acto sincero de bondad siempre provoca otro«.
Más sobresaliente es que todos estos mensajes se logran desde el realismo, algo inusual desde el cine navideño. Aunque la película gira en torno a Klaus, o Claus como dicta la tradición, no se trata del hombre de rojo que todos conocemos, sino de un sujeto solitario e incluso maltrecho por la vida, y que encuentra la redención en el bien al prójimo. Esto para nada significa que la cinta carezca de magia, aunque ésta no viene de duendes ni renos voladores, sino de la emoción de los propios niños que terminan por mitificar una bondad tan desinteresada que casi parece imposible en el mundo real.
No menos sobresalientes son los aspectos técnicos. En una industria animada global obsesionada con las imágenes volumétricas y fotorrealistas, resulta gratificante ver una producción de alto calibre que se rinde ante la animación 2D. La nostalgia es inevitable, pero más importante aún es que la decisión es determinante para enfatizar los mensajes de la historia.
La manufactura bidimensional no implica que el proyecto carezca de innovaciones, que en este paso vienen de la luz volumétrica que como su nombre lo indica, dota de volumen a los personajes y los escenarios. Una buena prueba de que la animación 2D no está muerta, sino en continua espera de visionarios que saquen lo mejor de ella.
No es la única vez que apela a lo tradicional. Las alusiones a la historia del cine son palpables en distintos aspectos como el diseño de personajes que remite a la llamada era del posrenacimiento Disney –algo comprensible cuando recordamos que Sergio Pablos trabajó en varios clásicos animados del ratón, pero curioso si consideramos que su estancia en el estudio fue predominantemente en la era renacentista–, pero sin atentar contra la búsqueda de una esencia propia. Los homenajes también son visibles en la estética del pueblo, cuyas afiladas construcciones aunadas a la estética grisácea de los primeros minutos apunta de lleno al expresionismo alemán y muy especialmente a El gabinete del doctor Caligari (1920). Aunque claro, estas sensaciones van cambiando con el transcurso de la historia, que añade paulatina colores cada vez más vivos al tiempo que suaviza los bordes hasta dejar una atmósfera festiva que demuestra la enorme destreza del diseño de producción y que deja la película navideña perfecta.
Porque si hay algo que caracteriza a Klaus es precisamente eso, su alto nivel de perfección. Una película digna de todos los premios y halagos recibidos, y que es indudablemente el mejor regalo navideño que podía haber recibido una industria animada iberoamericana sedienta de demostrar todo su potencial.
Ficha técnica
- Título Klaus
- Director Sergio Pablos (ópera prima), Carlos Martínez López (ópera prima)
- Año 2019
- País España, Reino Unido
- Técnica 2D
- Voces originales Jason Schwartzman, J.K. Simmons, Rashida Jones