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Crítica: Flow

Más que una fábula postapocalíptica, Flow es una invitación a mirar el mundo roto y solitario con asombro y compromiso.

25 de junio de 2024
Por Samuel Lagunas
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Flow, película dirigida por Gints Zilbalodis, presenta un mundo sin humanos. A través de un paisaje boscoso, un gato deambula alrededor de una casa en la que alguna vez vivieron personas. Lo suponemos por los vestigios que quedan de ese tiempo: herramientas, figuras de madera, puertas, ventanas. El felino entra y sale con seguridad, aunque afuera, en su interacción con otros animales como los perros, se comporta con timidez. No es tan rápido como ellos, ni tan ágil, ni tan valiente. Es torpe para cazar. No pasan varios minutos en la película para que veamos cómo los terrenos que habita comienzan a mojarse y una llovizna muy pronto se transforma en diluvio. Es la historia de un gato que debe aprender a sobrevivir en medio de una inundación insólita.

El animal no está solo; junto a él, en una barca va conformándose un grupo variopinto de un ave, un capibara, un lémur y un perro. Ante todos ellos se va revelando la nueva condición del mundo acuático que les tocará vivir, como si se tratara de un episodio de la novela distópica de J. G. Ballard, El mundo sumergido (1964), con peces gigantes, escenarios montañosos y edificaciones, antaño majestuosas, devenidas en cascarones invadidos por la hierba y la humedad.

Zilbalodis corre el riesgo en Flow de prescindir del antropomorfismo más burdo y común que, como sucede en las fábulas clásicas, les da a los animales un lenguaje humano y comportamientos con cualidades alegóricas a fin de cumplir una función pedagógica en las audiencias, como sucede en Zootopia (Rich Moore, Byron Howard, Jared Bush, 2016), o la saga de The Secret Life of Pets (Chris Renaud, 2016, 2019), donde las formas de convivencia entre los animales no son más que un reflejo de las sociedades en que vivimos los humanos. La intención del director letón, en cambio, es más estética y afectiva que moral. En primer lugar, el cineasta descoloca a las audiencias proponiéndonos un punto de vista incómodo e inusual, más cercano a la mirada del gato que a la del ser humano. La orientación y perspectiva con la que se realiza cada cuadro remite en muchas ocasiones al lugar inferior desde donde (nos) miran la mayoría de los animales con los que convivimos a diario. La ausencia de seres humanos crea un nuevo enfoque.

Flow tampoco es una fábula postapocalíptica como lo fue Wall-E (Andrew Stanton, 2008), en la que los seres humanos están casi extintos y un par de robots recorren un mundo destruido en busca de algunas huellas que expliquen los motivos de la catástrofe y al mismo tiempo adviertan a  las audiencias sobre las consecuencias de algunos comportamientos nocivos con las especies y el planeta. De igual manera, se aleja de ser un drama ecologista como lo fue la imponente La tortuga roja (Michaël Dudok de Wit, 2016) en donde, también prescindiendo de los diálogos, se construía una profunda reflexión sobre la relación del hombre con su entorno.

La película de Zilbalodis ocupa un espacio intermedio, propio, casi único, donde los animales son representados como lo que son: seres en riesgo que se valen de sus instintos y sus conocimientos para sobrevivir a cada momento. No hay en su viaje un horizonte de esperanza, ni una noción de destino, solamente un presente continuo donde el mundo se les revela a los protagonistas una y otra vez como una irrepetible y nueva aventura.  De esta extrañeza que nos provoca un planteamiento así es que proviene seguramente la fascinación que despertó en Guillermo del Toro, quien fue provocativo al decir, no sin exageración, que estábamos ante las primeras imágenes del futuro de la animación.

La ausencia de palabras y diálogos en Flow hace que la fuerza dramática de la historia descanse en tres factores sobre todo: la música, el sonido y la gestualidad del rostro de los animales. En cuanto a los gestos, el acierto está en que éstos no son deformados hasta llegar a la caricatura, ni hiperrealistas al punto de transgredir la forma animal hacia un parecido con lo humano. El estilo impreciso de los contornos de las figuras, propio de la estética del cel-shading que se ha consolidado en la industria en películas que van desde Spider-Man: Across the Spider-Verse (Bob Persichetti, Peter Ramsey, Rodney Rothman, 2108) hasta Nimona (Troy Quane y Nick Bruno, 2023), provoca en los espectadores de Flow la sensación de que estamos ante animales que, sin dejar de ser animales, adquieren mayor transparencia al momento de transmitir emociones como el miedo o el enojo.

El sonido nos envuelve en una sentimiento de sobrecogimiento ante el carácter numinoso y ominoso de la naturaleza: el crujir de los árboles, los ruidos de los animales, el chocar del agua contra un muro, el viento entre las copas de los árboles, todo abona a la construcción de una atmósfera donde los espectadores nos sentimos empequeñecidos y extraños, casi ajenos.

En cuanto a la música, cabe señalar que el mismo Zilbalodis participó de su creación junto a Rihards Zalupe, y entre ambos logran que ésta marque los distintos ritmos narrativos por los que va pasando la película: la tragedia, el drama, la comedia o la aventura. Algo muy semejante había conseguido el director con su anterior largometraje Away (2019) en donde la música y el sonido contribuían al enrarecimiento de la atmósfera inhóspita que recorre el personaje. Podríamos decir que el cine del realizador hasta ahora, más que de historias, es de impresiones y sensaciones en donde llega a ser más importante el estudio y la representación del paisaje que lo que sucede adentro de él.

En este sentido, se aprecia en la dramática y tristísima The Plague Dogs (Martin Rosen, 1982) un antecedente que hay que atender al momento de pensar en Flow. Aquella película británica de los ochenta consiguió comunicarnos el dolor y la solidaridad forjada entre un par de perros que deben sortear las hostilidades de su entorno a la vez que sus cuerpos se van deteriorando sin tregua. En la de Zilbalodis, de forma similar, entre los animales se va fraguando una fraternidad no exenta de disputas y celos territoriales. ¿Hay aquí una lección destinada a los espectadores humanos? Tal vez. Pero, más que eso, hay sobre todo un despliegue de lo bello y lo sublime. Una invitación a mirar el mundo roto y solitario que habitamos con el mismo asombro y compromiso con que lo mira el grupo de animales de Flow. No se trata de aprender de los animales, sino con ellos. Ese giro hacia lo contemplativo, casi indistinguible si se mira la película con prisa, es el gran aporte de Flow al panorama de la animación contemporánea.

El camino para Flow no ha podido arrancar de mejor manera. Después de su estreno mundial en el Festival de Cannes, los premios han empezado a caer: en el Festival de Annecy 2024 fue galardonado en la categoría de Mejor música para largometraje, recibió también el Premio del jurado en la selección oficial, el Premio Gan de distribución y el Premio del público. Pero no sólo en Europa ha empezado a cosechar elogios. En México ya obtuvo el Premio de Mejor largometraje internacional de animación en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara 2024. Los siguientes meses seguramente la lista de reconocimientos aumentará hasta llegar al Oscar. Que no nos extrañe que en la próxima ceremonia de 2025, una animación le dé a Letonia no sólo su primer nominación a la estatuilla dorada, sino su primer triunfo en la historia de su industria. Lo tendría más que merecido.

 

Ficha técnica

  • Título Flow
  • Dirección Gints Zilbalodis (Away)
  • Año 2024
  • País Letonia, Francia, Bélgica
  • Técnica 3D